jueves, 20 de noviembre de 2008

Poesía Original (Involuntaria)

La siguiente es la entrevista que le hice a Andrés Ramírez, un inteligente niño de 3 años. La realicé para una materia de la Universidad y ahora la publico acá con la intención de exponer un ejemplo claro de que la poesía se manifiesta en cualquier lugar, momento, o persona.
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En labios de niños, locos, sabios, cretinos,
enamorados o solitarios, brotan imágenes,
juegos de palabras, expresiones surgidas de la nada.
El arco y la lira. Octavio Paz.
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“Ven te explico dónde está el tiempo”, me dice sobre su hombro mientras camina hacia la habitación contigua. Yo me levanto de la cama y lo sigo. Lo alcanzo con un par de pasos y creo saber a qué lugar me lleva. “El tiempo está ahí adentro”, dice mirándome y señalando el reloj que da la hora en el nochero de sus padres.

Habíamos empezado a hablar del tiempo cuando le pregunté su edad. “Tengo tres años”, respondió, complementando su respuesta con tres dedos que escogió y levantó en su mano izquierda. Unos minutos después, junto al nochero, aprovechaba para mostrarme en un calendario el día en que podría levantar un dedo más: el 3 de diciembre.

Conozco a Andrés desde que nació. Ximena Saumet y Javier Ramírez –sus padres-, son amigos de mi familia desde hace varios años. Recuerdo bien el día en que Javier le propuso matrimonio a ella; o el día de la boda; también recuerdo cuando anunciaron que estaba embarazada, o cuando nació Andrés.

Desde sus primeros días, él se convirtió en el núcleo de atención de las reuniones de familia y amigos en las que yo estuve. Todos querían cargarlo, mecerlo, hacerle caras, verlo gatear… Y su presencia se sintió aún más desde que empezó a hablar. La primera palabra que dijo fue como la piedra que equilibra una montaña: al soltarla se despeñó el resto, y ahora sólo permite el silencio cuando está durmiendo.

Andrés tiene una inteligencia asombrosa. No es normal que desde los dos años un niño se sepa los números y animales en dos idiomas diferentes, o que utilice las palabras y la sintaxis que él utiliza. Por eso decidí entrevistarlo: seguramente me iba a sorprender con sus respuestas. Y lo hizo.

-¿Sabes cuál es la palabra más larga que me sé?, le pregunté.
-¿Cuál es la palabra más larga que te sabes?, se interesó él.
-Esternocleidomastoideo, le dije, y entonces me miró sorprendido, como si le hubieran confesado una intimidad. Pero superó rápido la sorpresa y me preguntó si quería saber cuál era la palabra que a él le parecía más enredada. “Claro que sí”, respondí yo, esperando que mencionara una palabra similar a la que yo había dicho. Sin embargo su respuesta me hizo explotar la risa, además de dejarme aturdido:
-“La palabra más enredada que me sé –dijo- es ‘Pepe Ganga’”


Ya habíamos hablado de Pepe Ganga al principio de la entrevista. Cuando llegué a su casa, a las siete de la noche, lo primero que hizo fue traerme su alcancía de paredes transparentes, que permiten ver todas las monedas en su interior.
-¿Qué haces con tanta plata, Andrés?, quise saber.
-“Me compro juegos en Pepe Ganga. Ya he comprado dos”, respondió animado y corrió hacia su cuarto para poner la alcancía en su lugar. Y yo me quedé en la sala.

Entrevistar a un niño no es fácil. El éxito de la conversación depende de innumerables factores que se le escapan al entrevistador. Andrés, por ejemplo, pasa de un tema a otro imprevisible y vertiginosamente; deja preguntas abiertas para ir a buscar juguetes, o responde con un lacónico ‘porque sí’ cuando ya se ha cansado de la dinámica de la pregunta-respuesta y quiere hacer otra cosa. Por eso busqué estrategias que lo mantuvieran concentrado y que lo motivaran a responder. Fue entonces cuando la grabadora cumplió un papel protagónico. Lo grabé hablando, y después se lo reproduje. La magia de ese invento lo encantó de inmediato. Entonces le dije que habláramos, o más bien, que le hablara a la grabadora, y que más tarde lo podríamos escuchar todo. Fue una estrategia efectiva.

Después de llevar la alcancía a su habitación, Andrés trajo un globo de color rosa con un poco de agua en su interior. Era parte de un experimento que estaba haciendo con sus padres.
-¿De qué se trata el experimento?-, le pregunté.
-“Primero meten la bomba en el pozo de agua, luego giran el pozo de agua y de ahí sale agua. Cuando ya el globo está lleno un poquito, no dejan que caiga más agua del pozo de agua, y verás que después la bomba no se sostiene en el aire”, respondió de un tirón, sin detenerse a respirar.
-¿Y por qué pasa eso, Andrés?
-“Porque el agua es más pesada que el aire”-, contestó a la vez que lanzaba el globo hacia arriba y lo veíamos caer pesado, negligente, como un balón. Andrés se rió satisfecho, y se puso a dar vueltas. Yo también reí. Le pregunté que si había hecho más experimentos.
-“Sí. También hicimos otro experimento –me siguió contando-: en agua sola, el huevo se va para el fondo. ¿Y sabes qué? En agua con mucha sal, el huevo queda en el medio”.
- ¿Y tú sabes por qué sucede eso?, le pregunté. Pero su respuesta fue negativa, y de inmediato me reclamó la respuesta. “Es un poco complicado”, le dije, “tiene que ver con algo que se llama densidad”.
-¿Densidad?, murmuró él, y prefirió no insistir en una explicación tan compleja, entonces se rió y me propuso que fuéramos a su habitación para mostrarme los juegos que había comprado en Pepe Ganga.

Una vez en su cuarto, la entrevista fue más fluida, menos interrumpida por su desconcentración. Su habitación está repleta de juguetes. Tiene varios recipientes llenos de todo tipo de ellos. En una esquina hay un canasto con pelotas de varios tamaños; contiguo a la cama hay un escritorio donde hace sus dibujos, e inmediatamente después de la puerta hay una caja plástica donde están los carritos de juguete.
-¿Por qué tienes tantos carritos?, averigüé.
-“Me gusta coleccionar todos los carros que quiero, para saber cuál de ellos es el más veloz”, me dijo, y puso a competir dos de ellos, que terminaron estrellándose en la pared, bajo el escritorio.

Yo la estaba pasando bien con Andrés; pero me di cuenta de que la entrevista se estaba dejando llevar sola, y entonces decidí hacerle algunas de las preguntas que preparé antes de llegar a su apartamento, ubicado en Santa Mónica. Ahí fue que le pregunté por el tiempo, por ejemplo. Otra de las cosas que me interesaban era que me relatara su rutina, que me contara qué hace un niño de tres años durante el día. Pero, aunque aparentemente es una pregunta sencilla, fue la más difícil de responder.
-Cuando se despierta el día, bajo a jugar a la manga y después me voy a dormir
- “No, no, pero vamos despacio y en orden”, le pido. “¿O es que acaso no te bañas antes de jugar, y no vas a la guardería después?”. Cuando le pregunto eso, él llena la habitación con carcajadas y responde afirmativamente a todo lo que le voy diciendo; pero eso es peligroso, porque su respuesta se va formando exactamente de acuerdo a lo que yo pregunto, es decir, soy yo el que va creando la respuesta, y él, que está en plan de aprobarlo todo, lo único que hace es asentir con la cabeza mientras ríe. Con un lapicero le propongo que hagamos el dibujo con la secuencia de lo que hace en el día, pero al tercer paso se vuelve a distraer. Entonces recurro a la grabadora, y ahí sí organiza sus pensamientos.
-“Andrés, coge la grabadora como si fueras un cantante, y cuéntale a ella qué haces durante el día”. Le confío el aparato, él lo agarra como si se tratara de un micrófono, y empieza a hablar.
-“Yo, cuando estaba de día -responde-, me fui a jugar, luego vi películas; luego, cuando era de noche, me bañé, tomé malteada, y…, y me puse la pijama !y me fui a dormir! Ahora escuchemos” Y me entrega la grabadora para que reproduzca lo que acabó de decir. Yo cumplo sus deseos, mientras escojo una de las últimas preguntas que le haré.

Me inquietaba saber cuál es la imagen que tiene Andrés de la idea de dios. Los niños, que apenas están descubriendo el mundo, tienen una visión muy simple de las cosas, y da nostalgia escuchar las respuestas que dan ante esas preguntas que, siendo adultos, se hacen problemáticas y complejas. Además, esa visión inocente revela la esencia de la idea que, muchas veces, permanecerá intacta por el resto de la vida. Entonces le pregunté a Andrés quién era Dios.
-Dios es el que pide las cosas, y ve todo lo que sucede en nuestro planeta. Está arriba, en el cielo, con el sol y las nubes.
-¿Tú has hablado con él?
-Sí, a veces hablo con él, y me dice que yo quiero cosas nuevas: cosas que yo no tengo. Hablamos de cosas nuevas.
Se refiere, está claro, a juguetes y objetos que desea. Con sólo tres años, Andrés tiene una visión utilitarista de dios. Y no lo trata de ocultar: es un niño y no le interesa mentir sobre ese asunto. Puede que ese desenfado para manejar el tema desaparezca en unos años; puede que la transparencia se pierda, pero bueno, todavía dice exactamente lo que piensa.

Para el momento en que le pregunté sobre dios, ya llevaba más de una hora en su apartamento. Eran las ocho de la noche: la hora en que él se duerme. Por eso concluí la entrevista, que fue más una conversación casual (con un niño difícilmente podría ser de otra manera), y me despedí.
Antes de cruzar la puerta, Ximena me mostró unos dibujos que Andrés había hecho hace poco.

-¿Y qué dibujaste aquí?, le pregunté mirando abajo para encontrar su mirada. Y él, que con una mano agarraba el jean de su madre y que tenía la otra metida en la boca, me respondió que eso que había dibujado allí eran los números terrestres.

Yo, en realidad, no veía ningún número. Sólo encontraba formas de animales; tal vez un oso, tal vez un perro, pero no hallaba la forma de ningún número. Entonces le pregunté: ¿Bueno, y qué son los números terrestres? (Término que nunca había escuchado)

-Los números terrestres –me explicó- son los números que andan sueltos sin correa. También están encerrados en una jaula y no los dejan salir por desordenados.
Yo traté de responder algo, pero no supe qué. Los niños tienen una maravillosa –aunque involuntaria- habilidad para la poesía, y Andrés me lo estaba confirmando con una imagen que me gustaría haber creado.

Dejé a los números terrestres en la mesa. Le di la mano a Andrés, que me la extendió distraído (ya se había ido a jugar en su cuarto), luego le agradecí a Ximena y a Javier, y salí del apartamento. Mientras bajaba por las escaleras del edificio, entendí mejor por qué Nietzsche utiliza la metáfora del niño para referirse al hombre que juega y crea todo el tiempo. Eso es lo que hace Andrés, así no se dé cuenta. Pensé también en cómo redactar todo lo que había grabado y apuntado durante esa noche, y, sin darme cuenta, llegué a este punto final.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Audacias Telefónicas

Hace un par de meses, Laura Marín me propuso que escribiera una llamada; pero no cualquiera: se trataba de escribir una llamada que siempre esperé recibir pero que nunca llegó. No fue fácil, pensé varios días, intenté muchas veces pero no me salía nada. Sin embargo, en uno de mis escasos momentos de inspiración, se me reveló esa llamada inexistente por la que me preguntaba Laura. La redacté de un tirón y se la envié de inmediato. Ella la subió a su blog (que es muy bueno), y ahora yo la subo a este. Aquí está.
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-¿Jorge?
-(Contesto medio dormido) ¿Qué pasó? ¿Qué hora es?
-¿Ya te avisaron?
-¿Qué cosa?
-Lo de tu novia.
-Aghh. ¿Ahora qué hizo?
-No, pues… vos sabés.
-¿Otra vez? ¿Con quién?
-Ni idea. Yo los vi pasar muy rápido.
-Mmm, ya veo. ¿Qué hora me dijiste que era?
-Esperá yo miro… las 2:30.
-¿Con quién habrá sido? Ella estuvo acá hasta la 1:00.
-No, en serio no vi con quién. Fue más o menos a la 1:15.
-Ah listo hermano, mil gracias por avisar de nuevo.
-¿No está cansado?
-Sí, ya estaba durmiendo.
-Me refiero a esta situación.
-Ahh, no sé, todavía no he pensado mucho: estoy cansado.
-¿Te está sonando la otra línea?
-Sí, debe ser ella. Voy a contestar. Hablamos mañana, Luis. Mil gracias.
-No hay nada qué agradecer, hermano, lo hago como amigo. Pero no le vayás a decir que te avisé yo.
-No, tranquilo.
-Chao pues.
-Chao.

(Cambio de línea)

-Yo: Aló
-Ella: Hola, amor.
-Hola, linda. ¿Qué haces?
-Nada, ya me voy a dormir.
-¿Y ahora qué hiciste?
-¿Cuándo?
-Cuando te fuiste
-¿Ah? Nada. ¿Por qué la pregunta?
-Porque acabé de hablar con Luis y me dijo que estaba contigo.
-¿Queeé? ¿Cuándo hablaste con él?
-Acabamos de colgar
-Ahh, pero pues… no e-s-t-a-b-a con él. Solamente nos encontramos unos minutos mientras yo venía a casa. O sea, yo paré a comer y él estaba ahí, hablamos un momentito y ya… llegué.
-¿'Llegué' es que él te llevó a la casa?
-No me digas que eso te da rabia. Le quedaba de pasada y me hizo el favor.
-Pues cómo me va a dar rabia con Luis… qué bueno que te haya hecho el favor.
-Sí…
-Estoy tan cansado… estaba profundo.
-¿Y entonces por qué llamaste a Luis?
-¿Yo dije que lo llamé?
-Supongo, ¿o él te llamó?
-No, no, no... yo lo llamé, sólo que no recordaba habértelo dicho. Lo llamé porque soñé que tuvo un accidente feo, y fue tan real, tan próximo, y tu sabes cómo soy yo con eso. Entonces lo llamé para ver cómo estaba, y me contó que se había encontrado contigo.
-Ahh bueno, amor. Ya me voy a dormir, ¿está bien?
-¿Ya te lavaste la cara?
-Sí, bonito.
-¿Cuándo?
-Apenas llegué.
-Ok. Qué duermas bien.
-Tú también. Te amo.
-Yo también. Chao.
-Chao.

(Cuelgo. Tardo poco en dormirme de nuevo)

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Under The Red Lights

"No saldrá nadie", pensó él, mientras repetía la presión sobre el desgastado timbre del convento. Era la tercera vez que tocaba y ninguna luz en el edificio había interrumpido la noche. Como tampoco obtuvo respuesta, respiró profundo, se giró hacia ella, y la besó por primera vez.

Unas cuadras más abajo la besó de nuevo, y las ventanas del convento -que todavía no se superaba-, siguieron el espectáculo con su indolencia oscura. Ver que otro hombre terminaba en ella era un lugar común, una tragedia fácil de obviar. Alarmarse cada vez que sucediera se habría tornado rápidamente en una manifestación agotadora, y sobre todo inútil: el que caía, caía completo.

En el parque, que está ubicado a unos cien metros del convento, ya todos toleraban verla llegar con otro nuevo tipo. Con el tiempo fueron disolviéndose las estelas de murmullos que se agitaban cuando pasaba con sus primeros y remotos acompañantes. Incluso los círculos de mujeres ya ni se indignaban por la versatilidad de su congénere, y eso dice mucho. Sobre ella se inflaba una aceptación considerable, que había alcanzado –hay que reconocerlo- después de mucho estoicismo, muchos insultos y muchos más hombres.

Tal vez fue por eso que él no percibió las tímidas miradas solidarias que lo estrellaron mientras caminaba con ella por el parque. No estaba ni levemente enterado de lo que todos sabían. La había conocido en la universidad, y no tenía alguna fuente que pudiera advertirlo sobre los peligrosos rieles que lo atraían. Él se conformó con escuchar su autobiografía –sesgada-, y se distrajo profundizando en aspectos que eran más de forma que de fondo. Las conversaciones que lo atraparon orbitaban alrededor de la literatura, del teatro, de música, de arte, de gastronomía, entre otros gustos que los dos compartían y que ella sabía tratar con un placer contagioso; pero en ningún momento se abordaron temas que pudieran haberle hecho sospechar de su naturaleza nómada. Se enamoró del color de un objeto que había pasado por alto identificar.

Tampoco conoció a nadie que le advirtiera lo riesgoso que era enamorarse de ella. Y él, desprevenido, se dejó llevar. A las pocas semanas del primer beso le preguntó si quería formalizar la relación, si quería ser su novia, y ella, con una emoción inédita, le dijo que sí.

Pero si uno se pone a volar con patos en temporada de caza, lo más seguro es que lo van a bajar.
A la semana de noviazgo lo llamaron a decirle que en ese preciso momento la estaban viendo en el parque besándose con otro. Al día siguiente ella le explicó que la borrachera no la dejó darse cuenta de lo que hacía, que el alcohol la dejó inconsciente, que la perdonara. Él, por supuesto no le creyó un carajo, pero también, por supuesto, la perdonó.

Siguió con ella, y ella quién sabe con cuántos, aunque a pesar de su repertorio ella nunca dejó de decirle que le encantaban sus besos, que lo quería mucho, que le gustaba pasar el tiempo con él. Y ella que decía y el que se le rendía más.

Hasta que volvieron a avisarle que estaba con otro, que la habían visto cogida de la mano de un nuevo hombre. Y él, como si le hubieran chasqueado dos dedos gigantes frente a los ojos, despertó de la estupidez y decidió dejarlo todo así. Se demoró bastante para atrapar el mensaje arrastrado por el murmullo general. La que fue su novia no puede ser de uno sólo. Nada personal.

Entendió que para ella es necesario agarrar todas las manos que le extienden: tantas hormonas marean a la que sea, y ellos le dan un poco de equilibrio. Él quiso perpetuarse en esa tarea vestibular, pero ella aborrece la monotonía y tiene que cambiar, que mutarse, que variar, para no traicionar su presente y su naturaleza. Los hombres, sin duda, pueden estropear su vertiginosa carrera si se enamoran y la quieren monopolizar; pero ella, con experiencia, ha aprendido a manejarlo.

Cuando siente que en su pareja ya el amor es incipiente, se le enrojece la mirada, y aplica sigilosamente sus tácticas elusivas. En pocos días –y eficazmente- ya se ha desamarrado de la mano enamorada y entonces aprovecha su libertad para convocar y dejarse cortejar por las que seguían en la lista.

Sin embargo, ella no es anárquica, como podría parecer. No es que ella se desenvuelva feliz sin depender de ninguno. Ella depende. Sin darse cuenta su vida es tan monótona como muchas: nunca para de cambiar, siempre la está agarrando alguno. Sólo se alteran las formas de la carne.
Pero él, después de que se le pasó el dolor y la rabia, no quiere acusar su incoherencia. No quiere aparecer como el ex novio sentido y grosero. Prefiere optar por un silencio elegante. Aunque la tinta es cómplice y reveladora de su rencor.

Ha escrito decenas de versos malos, aunque furibundos. Le ha dicho, en el papel reciclado, que todos los hombres la merecen; que no desaproveche su hervor adolescente, y que se lo siga dejando aprovechar. Ha esbozado numerosos poemas que elogian con ironía su solidaridad sentimental; incluso llegó a pensar –se arrepintió rápidamente- que ella era el ejemplo de la rifa fácil. Tampoco es para tanto, dijo, y se avergonzó de sentir rabia por ella. Se propuso sumergir su ira en el olvido.

Aunque todavía, cuando camina por el convento, maldice entre dientes a esas monjas que no se dignaron a abrir la puerta. Si lo hubieran hecho, habrían evitado el beso, la posterior infidelidad, su sufrimiento y tanto desgaste de papel. Pero lamentarse por las causas de un suceso sería –literalmente- una empresa inacabable; entonces pasa por el convento y no tiene inconvenientes en responderle el saludo a una monja milenaria que está tocando el timbre para ingresar a su recinto. Qué más da.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Por la ventana 23 de un Bolivariano


Itinerario: Medellín-Bogotá. Viernes 31 de Octubre de 2008. 8:30 am - 11:00 p.m

He visto una monja descalza caminando en un río de pavimento derretido.
He visto un niño disfrazado de niña y una niña llorando maquillaje morado.
He visto camiones volteados, conductores muertos, policías ríendo.
He visto soldados prendiendo la leña del almuerzo.
He visto vestigios de una guerra, obuses apuntando a ninguna parte.
He visto trucheras secas, caballos buscando sombra.
He visto vacas negras, blancas, negras y blancas.
He visto árboles arqueados como orgasmos.
He visto negros conduciendo hacia el amor.
He visto una casa de dos pisos, pero sin segundo piso.
He visto una española embarazada.
Creo haber visto un mecánico durmiendo dentro de una llanta.
He visto una obesa comiendo McDonald's en un restaurante de carretera donde solo venden chorizos.
He visto un poema que viola el límite de velocidad.
He visto aves picoteando terneros.
Veo un pulpo ladrándole al calor.
He visto las ruinas de hoteles secretos.
Veo una mala película.
He visto el souvenir de un rayo.
He visto al sol inundado.
He visto un polígrafo haciendo poesía.
Veo un hipopótamo volando sobre un elefante de vapor.
Pensé un topógrafo antes de verlo. Ahora lo he visto.
He visto un tronco que se arrepintió de haber crecido.
He visto 43 árboles de pintura.
He visto un parqueadero de excavadoras oxidadas.


He visto un castillo camuflado.
He visto una anciana barriendo en pijama y espantando gatos.
Veo la envergadura de un gallo de pelea amenazando la espalda de otro anciano.
He visto un carro conduciéndose solo: tenía la sangre de un bebé en el retrovisor.
He visto un Barney verde.
Veo y veo una interminable fila de metales expectantes.

Ningún vehículo se mueve. Las carreteras de Colombia padecen de un infarto eterno. Hemos quedado atascados junto a una pequeña tienda en la mitad de la nada. Allí termino de escribir esto.

Inverosimilmente, el pasajero que viajaba a mi lado está leyendo un libro de cuentos de Cortázar. Me pregunto si estará leyendo "Autopista del Sur". Si es así deberíamos quemarlo para que finalice el encanto. Pero no me atrevo a preguntarle y decido ponerme a leer hasta que esto se mueva de nuevo.

Entonces decido ver el punto final

.

Y lo veo

Terapia Alternativa

Esto haré
1. Sacarme la columna lentamente, como se sacan las lombrices de la tierra mojada.
2. Agarrarla de los dos extremos y estudiarla veinte segundos.
3. Entonces oler cada vertebra y saborear la que no se vea bien.
4. Frotarla con un cepillo para lustrar zapatos hasta que desparezcan manchas y coágulos rojos.
5. Prestársela un rato al perro del vecino mientras me arrastro hasta el supermercado.
6. Comprar varios kilos de algodón y un cubo de caldo de gallina.
7. Al regreso, cocinarla a fuego alto y en una olla a presión.
8. Sacarla cuando esté blanda y el caldo haya adquirido el típico color verde-sopa.
9. Envolverla en el algodón y secarla al sol por tres horas en un bosque de eucalipto y ríos vírgenes.
10. Cuando el proceso haya terminado, me dislocaré la mandíbula igual que una boa, y voy a tragarme vertebra por vertebra como si se tratara de una espada recién afilada.

Después de lo anterior -y si todo queda en el lugar correcto-, de pronto me deja de doler la espalda.

Ya era hora

No había vuelto a escribir acá. Casi tres meses sin subir una sola palabra; pero bueno, ahora que la Universidad está en paro tengo tiempo de sobra para leer, escribir y subir algunos textos a este blog. Ojalá no haya perdido calidad después de este largo receso.
Welcome back!

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Desvarío de quince minutos

El montaraz cabalga en su pato
Vociferando profecías que perdieron vigencia.

Cuando llega ruidoso al pueblo
Se descubre la cabeza para exponer
La verdad podrida en sus ojos
Y alarmar a los niños que lo rodean
Pero todos se ríen de él
Mientras le ofrecen teteros de algodón molido.

Al frente del colegio femenino, las jovencitas
Burlonas le piden autógrafos
Y él, furioso, escupe en los papeles que le extienden
Entonces ellas los doblan en barquitos
Que se fuman agradecidas en el motel.

Los ancianos alguna vez lo admiraron
Fue en la época en que era humilde
Y traía un río como muleta
Pero desde que prostituyó sus dientes
Ha perdido todo el prestigio
Y sólo es mencionado en el confesonario.

Al montaraz ese mal clima lo tiene sin cuidado
Algún día lo van a escuchar, por ahora
Seguirá despiojándole versos a las plumas
Y analizando el futuro en la joya del anillo
Que le compró a su pato.

Antes del crepúsculo se envuelve agotado en el bosque
Hasta la próxima generación.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Asfixia en el paisaje de las sábanas

The lover who just walked out your door
Has taken all his blankets from the floor.
Bob Dylan.
Ya explicaré esto...

martes, 26 de agosto de 2008

Si me sincero

"No soy una flor", le aviso a la abeja que zumba y me examina desde hace unos segundos. ¿Para qué hacerla perder el tiempo?

Pero

A la mosca no le digo nada

Preocupación ecológica futurista catastrófica

El silencio es como la página en blanco de la voz. Un espacio disponible para llenar con cualquier palabra, sonido, escándalo.
Pero hay una diferencia decisiva entre el silencio y el papel: el primero no puede reciclarse cuando ya está usado o cuando se ocupó con un error. El silencio mal usado no es reutilizable.
Teniendo en cuenta lo anterior, y si todo continúa como ahora, es probable que un día se nos acabe el silencio, y entonces nadie tendrá dónde extender su voz. Nadie tendrá espacios para hablar.
Hay que prevenirse desde ahora: cultivar más árboles, más meditación, más pensamiento. Hay que aprovechar que todavía queda papel, que todavía resta un poco de silencio.

viernes, 15 de agosto de 2008

Camino Practicado

El siguiente es el primer cuento que escribí. Fue a principios del 2007 y no ha sufrido mayores cambios desde entonces. Ahora que lo releo le encuentro menos virtudes que las que creí que tenía cuando lo creé, pero igual lo subo como evidencia de mi primer paso literario.
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Ya sufres con el choque de los primeros goterones, lentos y espesos, contra las tejas dormidas; giras por toda la cama buscando un lugar que tu cuerpo no haya calentado, y si lo encuentras lo dejas de nuevo porque no lo tardas en calentar. Yo también estoy incómodo, mijita; nos hace falta tu madre, y esta casa es tan grande para nosotros dos solos, solitos los dos. Por eso nos vamos, mi niña, y te estoy esperando. Sé que no tendré que llamarte.

Otra vez estoy despierta a esta hora. No es mi culpa, yo siempre intento seguir soñando, y me aferro a esa realidad consoladora como una garrapata hambrienta, pero lo único que logro es rasgarla y olvidarla en jirones inconclusos para reemplazar su imagen por la del techo de mi cuarto, o por la de mi madre… por la tuya, madre. Me haces falta, Mami. Me quedé sola en esta casa tan grande. Yo sé que está él, sin embargo, no es el mismo. Estoy muy sola, y tengo miedo. Algunas noches siento que sube a verme y que camuflado en la oscuridad, junto a la puerta, me observa durante minutos eternos en los que me quedo quieta, quietísima, escuchando mi corazón intranquilo con el oído puesto en el colchón; después de un rato, baja despacio y me calmo con el quejido de cada escalón que lo aleja, aunque mis músculos quedan tensos, casi encalambrados, hasta que me baño por la mañana. Está loco, madre, no ha podido asimilar tu muerte.


Posiblemente subió ahora, antes de que me despertara, y se fue sin que me diera cuenta por el ruido de la tormenta; lo sospecho porque huele a su sudor. Quién sabe. ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer? Ya ni siquiera soy capaz de ir al baño o a la cocina por las noches. Me aguanto lo que sea con tal de no despertarlo, o mejor dicho, de no encontrármelo. Es que ya no duerme. Desde hace pocas noches el olor de su insomnio, un hedor de animal enfermo, de agua de basurero, apesta toda la casa, y por la mañana, cuando bajo al segundo piso, está en la mecedora del balcón con los ojos perdidos en los parches limpios de las paredes donde antes colgaban tus fotografías. Las quité por su bien, sin embargo, aún sigue moviendo los labios, como rezando, frente a la manchada pintura blanca; a veces sonríe enamorado; otras, le salen lágrimas profundas que se enredan en el descuido de su barba y no vuelven a salir. Me duele verlo así, pero es más fuerte el miedo que la compasión. En la mañana de ayer se quedó mirándome las piernas cuando fui a darle los buenos días, y mientras las veía ensimismado dijo tu nombre. Casi me caigo, Mami, fue como si sus palabras me hubieran taladrado las rodillas. Sigo ignorando cómo pude ir hasta el baño, y sólo recuerdo que me encerré y lloré asustada hasta que me dolía hacerlo; al salir lo hallé acostado en el piso, desnudo, dormido. ¡Me quiero ir! Quiero irme de aquí. ¡Que nadie me reclame porque soy débil!, ni siquiera tú, Mami; si hablan es porque no les ha coqueteado la locura… Ojalá pudiera dormir toda mi vida. ¡Maldito olor!

…Hija, te demoras, ¿será que te volviste a dormir? No, seguro que no, oigo el constante roce de tus sábanas, como si le estuvieran quitando la envoltura a un confite. No te puedo esperar mucho, hija, baja. Baja. Estoy mareado de tanto suspirar. Y no bajas.

¿Que no le tenga miedo? ¿Cómo no, madre? Me confunde contigo, sube a mi habitación por las noches para verme, delira todo el día, ¿y pretendes que no le tenga miedo? Sí, sí, que es mi padre y que nunca me haría daño, sería un buen argumento cuando era en realidad mi padre, no ese cuerpo abandonado que recorre las noches con sus esperanzas muertas, ese que te busca a ti y te encuentra en mí. Cómo no le voy a tener mie… ¿Para qué pienso estas cosas? Ya discuto con los recuerdos. Me tengo que ir. Y rápido. Voy a terminar igual. Empaco. Lo que sea. Bajo, busco la maleta y empaco. ¿Y si me oye? Nada, no importa; lo ignoro. Cojo la maleta y me encierro acá. Por la mañana cuando ya se haya dormido me voy. No sé; a donde sea. Me voy.

¿Ya? Sí, ya. Bajas despacio, confías en el silencio de estas viejas escaleras de madera, pero su naturaleza te traiciona con un crujido que interrumpe la monotonía de la lluvia sobre el tejado; entonces paras, esperas y me desesperas, pero espero. Llevas esa fina bata de dormir que te regalo tu madre y que se templa en el pecho por tus teticas puntiagudas, iguales a las de ella cuando le quité la virginidad. Me encantan. Sigues bajando y la luz de los rayos, intrusa entre las persianas, te dibuja por instantes esa desconfianza infundada, no te va a doler… ojalá le pudieras preguntar a ella. Lo hice realmente bien, aunque no quedé satisfecho. Bajaste, ya estás aquí, niña; y ¿es que me estás buscando que miras a todas partes?, tranquila.
­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­–Tranquila, mi amor ­–dijo él– aquí estoy.
Lo sintió detrás de ella, pero no se quiso mover, no se pudo mover. Parecía un maniquí en la mitad del pasillo oscuro. Se le olvidó por qué había bajado, y no pensó en volver a subir. Sus pies descalzos empañaron el frío piso de mármol, lo cubrieron con un charquito de humedad que por poco la hace resbalar cuando su padre la abrazó y le dio un demorado beso en la mejilla.
Yo tampoco puedo dormir bien –continuó él– estuve pensando que sería bueno irnos de acá, y decidí que salimos ahora. Precisamente ­–susurró mientras le acariciaba el cuello­–, te esperaba.
Suspiró profundamente, y mirándola perdido a sus ojos, siguió:
Se parece más a ti que a mí, ¿no te parece, mi amor? Nuestra hijita, mi hija, mi esposa. –la agarró fuerte de la cintura, y mientras un trueno hacía temblar los vidrios se inclinó para decirle a su oído– Esta vez no te vas a ir sola. Nos vamos. Nos tenemos que ir, juntos, los dos.
Ella se soltó con delicada fuerza e intentó decir algo, pero las palabras se derrumbaban antes de salir, por el temblor involuntario de su cuerpo. Se dejaba llevar por su padre igual que una hoja por el río. Él leyó su silencio, la cargó por sus caderas, y la llevó a la cama. “Como te cargué a ti, esposa linda, la cargó ahora a ella –pensaba– no te preocupes, tu sabes que te lo hice bien”
Acostada y con los ojos abiertos contrastando con la madrugada, esperó a que su papá organizara todo. – ¿Y mi maleta, papi? –pudo preguntar, aunque no había decidido hacerlo­
­–No son necesarias –respondió calmado, mientras le entregaba una pastilla–, vamos a construir algo nuevo. Aquí se queda todo. Tómate esto, hijita, ya me tomé la mía, el camino es largo y no es seguro bajarnos en la mitad por un mareo. Tómatela –repitió y le extendió un vaso con agua.
Por primera vez en varios meses, el lado en el que siempre se acostaba su madre estaba con las sábanas tibias y arrugadas. Después de tragarse la pepita, su padre se acostó junto a ella, le pasó el brazo por debajo del cuello y con los ojos cerrados dijo –Avísame cuando amanezca, amor mío, no vaya a ser que nos deje el bus.

–Ayer tampoco recogieron la leche –dijo extrañado– ¿estás seguro?
–Segurísimo –respondió el portero–. Ninguno de los dos ha salido.
– ¿Y entonces, ese olor? ­–insistió el otro–
– No se preocupe, así huele él.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Ecos Traducidos

No es inusual que cuando se está empezando a escribir, el estilo de tus textos se asemeje al de los autores que has leído recientemente. Parece entonces que estuvieras imitándolos -y es posible que así sea- aunque es más una búsqueda de voz propia que necesariamente va saltando por la de los escritores que admiras.

Hace unas noches me senté a escribir lo que saliera, y cuando terminé me di cuenta que dos de los textos se parecían mucho -tanto en ideas como en forma- a los de algunos autores que he leído. Aquí los dejo, y se los atribuyo a sus verdaderos escritores: yo no hice más que traducir los ecos que me dejaron sus obras.


1. ¿De Oé, o de Oz?

Al principio es siempre el respeto
El 'señor', el 'usted'
El permiso tímido
La esperanza del halago
O por lo menos de una leve aprobación.
Pero te quedas esperando, y ese verbo
Es muy aburrido en la niñez

Entonces, con el tiempo,
Se te va desaguando la admiración que les tenías
Y te crees capaz de ser como ellos
Cada día te consideras más adulto
Y consigues imitarlos mejor

Es una lástima que
Por vencer un reto que nadie te ha propuesto
Descuides el efímero botín
De los primeros años.

2. ¿Cioran? Tal vez Kundera, pero más Cioran
"La preocupación por la Historia nace del miedo al intuir que de pronto nunca hemos existido"

sábado, 2 de agosto de 2008

Insomnio (Haiku)

No he logrado volver

A dormir desde

Que escribí mi sueño

Dreamend

Los cuervos espantados se convierten en rocío

Termina de gotearse la noche sobre los objetos

Y una persiana se prepara para proteger

Entonces, adentro todos dejan que pase el último viento

Para acatar la orden

De quitarse los atuendos, apagar el escenario

E irse a olvidar.

domingo, 27 de julio de 2008

Las revistas literarias y el acto creativo


La siguiente es una las entrevistas que hice el semestre pasado para fundamentar la investigación sobre las revistas literarias en Medellín. El entrevistado es Juan José Hoyos, uno de los periodistas con más experiencia y reconocimiento de nuestro país. Simultáneamente con su labor periodística, el profesor Hoyos ha mantenido una estrecha relación con la literatura. Entre sus obras se destacan las novelas “Tuyo es mi corazón” y “El cielo que perdimos”, y los libros de reportajes “Sentir que es un soplo la vida” y “El oro y la sangre”, con el cual se ganó el Premio Nacional de Periodismo Germán Arciniegas. Hoyos también ha estado vinculado con las revistas literarias de Medellín: en el segundo lustro de los 80 fue director de la 'Revista Universidad de Antioquia'.

Por todo lo anterior es una fuente de conocimiento infaltable en una investigación sobre ese tipo de publicaciones en la ciudad.


Jorge Caraballo: Hubo épocas en las que abundaron revistas literarias en la ciudad, hoy en día son muy pocas las que se publican y además tienen escasa divulgación. ¿Por qué cree usted que el número de revistas literarias ha disminuido? ¿Qué factores pueden incidir en ello?
Juan José Hoyos:Creo que el factor más importante ha sido el económico. Los costos de editar una revista y distribuirla se han elevado demasiado. Al mismo tiempo, muchas empresas e instituciones públicas y privadas que apoyaban esta clase de publicaciones ya no lo hacen porque supuestamente “la cultura no vende”.


J.C: ¿Recuerda usted casos de escritores que hayan publicado por primera vez en revistas literarias y a partir de ahí hayan empezado su obra? (En general, no únicamente en Medellín.)
J.H:Recuerdo muchos casos de escritores que empezaron a encontrarse con sus lectores a través de las revistas literarias. Algunos que recuerdo ahora: Gabriel García Márquez, Pedro Gómez Valderrama, Rogelio Echavarría, Álvaro Mutis, Gonzalo Arango, Mario Rivero, Elkin Restrepo, Helí Ramírez, Víctor Gaviria… y un largo etcétera.


J.C: ¿Qué revistas recuerda que tuvieron buena acogida en la ciudad? ¿Por qué cree que las revistas literarias -exceptuando pocos casos- tienen una vida tan corta?
J.H: Recuerdo tres: la Revista Universidad de Antioquia, Acuarimántima y Deshora. La de nuestra universidad ha tenido una larga vida gracias al apoyo que ha recibido de ella. Acuarimántima se acabó porque sus editores pensaron que ya había cumplido su papel. Deshora, por problemas de sostenibilidad.


J.C: ¿Piensa que había más revistas literarias porque había más escritores, o no existe una relación entre el número de lo uno y lo otro?
J.H: Escritores hay muchos. Pero hay muy pocos escritores que a la vez sean editores y tengan la tenacidad de unirse a otros para un esfuerzo colectivo a largo plazo como es el de una revista literaria.


J.C: Actualmente los suplementos literarios de los grandes medios abandonaron el papel de promotores de la nueva literatura colombiana (sólo Generación, de El Colombiano, publica periódicamente relatos cortos) ¿Por qué considera que ocurrió este fenómeno?
J.H: Porque los suplementos literarios se convirtieron en revistas de variedades o desaparecieron por decisión de los editores y gerentes de los periódicos.

J.C: ¿Cree que las revistas literarias son importantes para la cultura de una ciudad? ¿Tienen alguna relevancia?
J.H: Creo que son muy importantes y cumplen un papel fundamental en la cultura. Para sólo mencionar un caso, la revista MITO, publicada en Bogotá a fines de la década de 1950, contribuyó de modo decisivo a la transformación de la literatura colombiana. La despertó de su letargo rural, provinciano. La conectó con la gran literatura del resto del mundo.


J.C: ¿Si hubiera más revistas de literatura en Medellín, habría más producción literaria; o cree que por no producirse lo suficiente es que no hay casi revistas?
J.H: La existencia de revistas no es indispensable para que exista producción literaria. Los escritores han escrito y seguirán escribiendo aunque no existan revistas. Sin embargo, la existencia de revistas literarias y culturales sí puede contribuir al encuentro de los escritores y los lectores de su tiempo y esto último sí es un estímulo muy grande para la literatura de una ciudad o de un país. La publicación no es la meta única ni la más importante del acto de escribir, pero si permite que el escritor y el lector se encuentren. Y ese sí es un momento muy importante de todo acto creativo.


J.C: ¿Existe la posibilidad de que las revistas literarias se hayan vuelto innecesarias para los escritores y lectores de nuestra sociedad? ¿Se habrá "superado" ese método de divulgación literaria y se ha llegado a otros (publicidad de editoriales, por ejemplo)?
J.H: Pienso que las buenas revistas literarias, hoy y mañana, son tan necesarias como las buenas editoriales. La relación entre el escritor, su obra y los lectores no se puede dejar en manos de la propaganda. Creo que en Medellín y en el resto de Colombia deberían existir muchas revistas más que fomenten la buena lectura y formen nuevos lectores.

sábado, 19 de julio de 2008

Juego con el diccionario #1

Es entretenido pasear por el diccionario y recoger palabras que no conocés, que nunca habías escuchado, leído, usado. Pues bien, en uno de esos toures enciclopédicos, copié diez palabras nuevas para mi vocabulario y empecé a jugar con ellas para ver qué salía. Aquí están las palabras con el significado que les dal el "Pequeño Larousse Ilustrado, 1994":

Vincapervinca: Género de apocináceas, de flores azules.

Vinolencia: Exceso en el beber vino.

Zancarrón: Huesos de la pierna. II. Hombre muy viejo y flaco.

Trangallo: Palo que, durante la cría de la caza, se cuelga del collar a algunos perros para que no puedan bajar la cabeza.

Latente: Escondido. II. Qué no se manifiesta exteriormente.

Merdellón: Dícese de la persona que adopta modos, costumbres o indumentarias propios de una clase social superior, con el vano propósito de parecerse a ella.

Acecinar: Salar las carnes y secarlas al humo y al aire.

Adondequiera: A cualquier parte.

Sprintar: Aumentar la velocidad, al llegar cerca de la meta.

Miniar: Pintar miniaturas.


Bueno, ahora les comparto una muestra de los ejercicios que hice con esas palabras. Es cierto que algunos no tienen mucho sentido, pero los hay que sí. En fin, aquí están:

1. El zancarrón sprinta adondequiera cuando un merdellón, de vinolencia latente, minia su trangallo para acecinar la vincapervinca.

2. Una vincapervinca vinolenta sprinta al acecinar el zancarrón. Desde entonces, el merdellón trangalla adondequiera para miniar la latente.

3. Crimen: La vinolencia del trangallo acecina al merdellón. Motivo: Había miniado una vincapervinca para latentarla del zancarrón que la sprintaba adondequiera.

4. El zancarrón, latente entre las vincapervincas, acecina su vinolencia. Mientras tanto, los merdellones sprintan adondequiera con sus trangallos para miniarlo.

5. -"Me acecinó un zancarrón mientras lo miniaba", se lamenta el merdellón ante los Trangallos.

-"Su vinolencia siempre latenta las vincapervincas -le contestan despectivos-, spríntese adondequiera, menos aquí"

6. "Adondequiera vincapervinca el trangallo del merdellón. Si no quiere que lo acecinemos, mínielo y sprinte aquí.", le ordenan, latentes en la penumbra, al zancarrón vinolento.

7. "... adondequiera, pero trangálleme rápido con el zancarrón latente de la vincapervinca y acecíneme con vinolencia", le piden al merdellón. "Bueno, pero minie su sprint porque no lo alcanzo", contesta él agitado.

8. "¿Por qué miniar mi vinolencia -pregunta el merdellón-, si así puedo latentarme el trangallo?". "Porque así sprintes adondequiera -le
responde la vincapervinca- seguirás siendo un zancarrón acecino"

Como los anteriores, puede haber muchos más ejercicios que continúen la lista. Sería genial que vos, lector de este blog, busqués otras posibilidades para la cohesión de esas diez palabras; y, si querés, las publicás en forma de comentario. Hay que explotar el lenguaje, y esta es una manera divertida de hacerlo. Miren cómo lo hace Bob Dylan:

lunes, 14 de julio de 2008

Convers(ac)ión en desplazamiento

El silencio los va guiando como un lazarillo aburrido. Silencio cada vez que levantan la cabeza. Silencio cada vez que vencen una curva. Silencio cuando miran atrás. Sólo silba la inercia de las piernas, el pie impulsándose en el barro, el miedo en el silencio. Para desplazarse por esos caminos no se debe hacer mucho ruido: las palabras pueden enredar los pies.

Pero una niña sopla el mutismo de la boca para dirigirse a su padre. Pregunta por su perro.

-¿Papá, dónde está Paco?
-Se espantó por los disparos.
-¿Y por qué no lo esperamos en la casa?
-Porque es mejor salirlo a buscar.
-¿Y por qué viene todo el pueblo con nosotros?
-A ellos también les espantaron los perros.
-Pero Bernarda no tiene perro y véala allá adelante.
-Seguro no se quiso quedar sola
-Mmm. Papá, ¿y por qué hay gente llorando?
-Porque no encuentran sus perros.
-Mejor los esperábamos en las casas.
-Ya, mijita, por favor. Venga la cargo y se durme, yo le aviso cuando lo encontremos.
-Ya se me quitó el sueño. Pa... ¿mi mamá para qué trae el morral?
-No sabemos cuánto nos demoremos buscando a Paco.
-Ahhh. Papi, tengo ganas de orinar.

La acompaña su madre hasta un costado del camino, se agacha detrás de un árbol y orina. Mientras su propia niebla se eleva y la envuelve, decide preguntarle a su mamá.

-Mami, no le diga a mi papá, pero yo a él no le creo. Dígame usted, ¿dónde está Paco?

La mujer, sorprendida y encartada con la pregunta, trata de responder algo pero los sollozos son más rápidos que las palabras y empieza a llorar. Entonces voltea la cara, toma a la niña de la mano y regresa apresurada al lado de su marido. La niña entiende que estaba en silencio para no llorar.

Reanudan la marcha. La pequeña no vuelve a preguntar nada: ya no considera necesario preguntar. Lo ocurrido le insinúa la verdad de lo que está pasando, aunque ella sabe que si habla se la van a espantar.

Silencio.

viernes, 11 de julio de 2008

A una mujer hipotética

Negra:
Me gusta tu color porque en la oscuridad te haces infinita.

jueves, 10 de julio de 2008

"El niño ignora que los dioses no bajan en paracaídas"

La presa
Kenzaburo Oé
Barcelona, Anagrama, 2003 (114 pp.)
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Durante la guerra del Pacífico, un avión con tres soldados enemigos se estrella en los bosques de una remota y 'relativamente atrasada' aldea de Japón. Sólo sobrevive uno de los tripulantes que tuvo tiempo para lanzarse en paracaídas, sin embargo, su logro se desvanece cuando los habitantes de la aldea lo capturan y encierran en una bodega del almacén comunal. Ahí es encadenado mientras llegan las instrucciones de la ciudad para saber cómo proceder con él. La presa es un negro enorme y musculoso que cambia –a pesar de su abulia- la dinámica acostumbrada de la aldea.

Sí, el soldado negro ha trastocado el orden del pequeño poblado, aunque no hace más que dormir en la penumbra de la bodega y comer lo que le lleva el niño a quien los adultos encargaron para bajarle los platos. Este niño -que es el narrador de la historia-, es quien sostiene la relación más íntima con el prisionero. Los adultos se desinteresan rápidamente por la suerte del negro, y retornan a sus trabajos cotidianos. Pero la vida de los niños, que es la que describe el relato, adquiere nuevas posibilidades de diversión por la llegada de ‘la bestia’.

Al principio el narrador describe el miedo que sintió la vez que bajó con el primer plato; el escalofrío que lo envolvió cuando escuchó su tos; lo pequeño e insignificante que se sintió frente a su majestuosidad. Más adelante, al descubrir que el soldado no es una amenaza, que no es agresivo ni malintencionado, el niño –junto a su hermano menor y el amigo ‘Morro de liebre’- establece tácitamente una amistad con el prisionero. La relación entre los dos se estrecha, y a pesar de que ya el niño se ha acostumbrado a su presencia no deja de deslumbrarse por cada acto que realiza su nuevo compañero.

El relato, entonces, pormenoriza cada detalle que hace el negro y que todos los niños de la aldea –ya no sólo los tres principales- celebran y contemplan atentos. Ven, a través del soldado, una realidad diferente. Se sienten orgullosos cuando lo logran admirar, lo hacen el núcleo de sus juegos, e incluso alaban sus instintos profundos. El narrador -que cuenta la historia ya siendo un adulto pero sin contaminar su inocencia de entonces- no encuentra manera de expresar la plenitud que alcanzó al lado del soldado: ¿cómo podría dar una idea de la adoración que sentíamos por él (…), cómo explicar la plenitud, y el ritmo, de todo aquello?

No obstante, en el momento menos esperado de la historia, en el punto más estrecho de la ‘amistad’ entre el preso y el narrador, un episodio cambia radicalmente el tono y el desarrollo del relato. El narrador pasa de la euforia permanente al desencanto, la decepción, y la melancolía. El niño, por ese suceso, deja de ser niño: “yo ya no formaba parte de la comunidad infantil (…), esa clase de relaciones con el mundo ya nada tenían que ver conmigo.”

Leer ‘La presa’ es casi un ejercicio facial. Durante el par de horas que se demora leyendo las casi 100 páginas del relato, el rostro se contrae por el asco, por la sorpresa, por la risa, por la indignación, por la tristeza. Al final, no queda más que la reflexión.

Hay que reconocer en Oé la delicadeza para tratar el asunto de la guerra. Porque en últimas el libro es sobre eso, sobre la guerra y la inocencia. El negro llevó la guerra hasta esa recóndita aldea del Japón. Se prescindió de tropas numerosas, de bombarderos, de ataques atómicos: la guerra cayó en paracaídas.

En ‘La Presa’, Oé hace evidente que después de una guerra el niño no puede seguir siendo niño. La guerra es como un puente por el que le obligan a pasar, mientras abajo se escurre la inocencia intacta.

El tema de la guerra y los niños ha sido tratado en numerosos libros y películas, algunos con mayor profundidad y éxito que otros. ‘La Presa’ aborda ese problema con maestría, ingenio y brevedad. Vale la pena leerlo, es un libro universal y vigente por nuestro contexto.

sábado, 5 de julio de 2008

"Por simple amor al arte"

Quienes gustan de la literatura encuentran en las revistas literarias -además de horas de lecturas placenteras-, una guía actualizada de lo que está ocurriendo en el escenario de las letras. En Medellín es para lamentar que esas publicaciones han ido disminuyendo considerablemente; y peor aún: las pocas que sobreviven tienen un tiraje mínimo, casi secreto. Las consecuencias culturales que provoca la carencia de este tipo de revistas son alarmantes: se cierran las posibilidades de publicación a nuevos escritores; se deja de registrar la creación inmediata de la ciudad; se pierden lectores; la crítica queda en manos de lo comercial; y se estanca, al menos en lo literario, el desarrollo cultural.
Los factores que han influido en esa reducción de revistas rozan casi siempre con lo económico, y aparte de eso el público que las busca es poco numeroso. Una alternativa a los limitantes monetarios que impiden la circulación masiva de revistas literarias es el Internet. Y precisamente, aprovechando ese medio, surgió Rabodeají: una 'revista de entretenimiento literario'. Publicación virtual que "intentará ser ese espacio de encuentro para creadores jóvenes y no tan jóvenes en Medellín y sus alrededores.", como lo manifiestan en la editorial del primer número sus tres fundadores.
Pascual Gaviria ("abogado sin ejercicio. Columnista porfiado desde hace 10 años. Poeta de ocasión y cronista a sueldo", como se define a sí mismo en su perfil) es uno de ellos, y la siguiente entrevista (ni tan 'vista', porque fue virtual) revela algunos detalles de la experiencia con Rabodeají, e incluye percepciones sobre el momento actual de la literatura en la ciudad.
Jorge Caraballo: ¿Por qué nació 'Rabodeají'? ¿Qué objetivo alimentaba la iniciativa?
Pascual Gaviria: Rabodeají nació simplemente como un entusiasmo de amigos con la literatura como interés común. La verdad es que el objetivo, más que buscar un espacio para publicar textos propios, era la creación de un referente de lecturas bien esquivas entre nuestras publicaciones. Digamos que pensábamos más en nuestro interés como lectores que en nuestro interés como escritores en ciernes. Queríamos que nuestros intercambios de libros, de charlas, de noticias estuvieran a la mano de un grupo amplio de lectores. Queríamos hacer un homenaje a nuestros escritores de cabecera.

J.C: ¿Por qué decidieron hacerla virtual y no impresa?
P.G: La revista es virtual por simple coincidencia. No queríamos editar un panfleto de fotocopias, queríamos una revista donde lo gráfico también fuera un componente que engancha y que aporta, no sólo letras y letras; y sacar una revista de ese tipo en papel cuesta plata, y plata no había. Resultó que cohete.net una empresa de desarrollo de ideas en internet es de propiedad de un amigo y el hombre se entusiasmo con la idea y se hizo socio de este proyecto por simple amor al arte.

J.C: ¿Qué ventajas tiene el hecho de que sea virtual?
P.G: En este momento creo que estar en Internet nos abre miles de posibilidades, nos libera de miles de gastos y nos pone en la órbita adecuada. Nunca hemos pensado en el papel. Aunque no desdeñamos las revistas en ese formato. Somos una generación que creció con El Malpensante como ejemplo, único además, de revista cultural con énfasis en lo literario.

J.C: ¿Hasta el momento, sentís que vale la pena el esfuerzo que han hecho por sacar cada número de la revista? ¿Es difícil sostener con calidad una revista?
P.G: El esfuerzo vale la pena simplemente por el gusto del trabajo. Este "juego" no ha representado un sólo peso. Pero ha representado lecturas, descubrimientos literarios, descubrimientos históricos, acercamientos con otros escritores. Rabodeají está alimentada de nuestra curiosidad de lectores y esa curiosidad, cuando tiene una salida distinta al simple hecho de subrayar, siempre se disfruta más. Creo que la revista ha conservado un tono y una calidad en todas sus apariciones. Es variada y nuestra gran sorpresa es que la leen con gusto personas que no tan cercanas al ambiente literario. A propósito tenemos un promedio de 10 mil visitantes mensuales. Incluso durante el tiempo que estuvo quieta.

J.C: ¿Por qué creés que las revistas literarias tienen la triste tendencia a desaparecer -con contadas excepciones- en los primeros números?
P.G: La desaparición de las revistas literarias es un asunto sencillo: no hay suficientes lectores y eso significa que no hay como sostenerlas económicamente. Las publicaciones culturales necesitan patrocinio Estatal o un mecenas privado. Si a los periódicos les cuesta sobrevivir uno puede imaginarse qué pasa con las revistas culturales. Rabodeají vive por que tiene mecenas en cohete.net y porque es un trabajo por gusto de sus socios en las letras.

J.C: ¿Creés que en Medellín todavía hay un público para las revistas literarias? Es casi imposible saber si quienes leen Rabo de Ají son de Medellín o de cualquier otro rincón del mundo, pero ¿si pensás que aquí hay interés por la nueva literatura, por los nuevos creadores de la ciudad?
P.G: Existe un público pero es pequeño sin duda. En todo caso rabodeají busca que ese público crezca, que la gente le pierda el miedo a eso que se llama una revista literaria. El público normal oye esas dos palabras y cree que son sólo para un público docto, especializado, el lector se subvalora de entrada. Rabodeají ha demostrado que la lectura, la lectura de asuntos literarios, está al alcance de quien quiera sentarse durante media hora, una hora, dos horas a leer algo distinto al simple día a día de las noticias. Casi es un juego de alfabetización contra unos prejuicios largos. Más que una curiosidad sobre los creadores nuevos hay que crearla sobre la literatura en general, luego la gente irá llegando a donde deba llegar, en todo caso siempre nos gusta saber de lo que tenemos cerca, nos gusta que nos narren nuestra ciudad y nos gusta que nos cuenten desde nuestro punto de vista, así que si la gente lee, terminará por leer a los creadores de su ciudad y su generación.

J.C: Considerás que en nuestra ciudad se están apoyando a las personas que quieren escribir, y, además de eso, publicar. ¿Hay una voluntad política, más que comercial, para dar a conocer a los nuevos talentos que se gestan en Medellín?
P.G: Yo creo que es difícil pedir que el Estado sea el garante o el facilitador de las posibilidades de publicación para los nuevos escritores. El Estado debe dar posibilidades a los creadores como lo hace con las nuevas bibliotecas, con el acceso a internet, con uno que otro concurso o eventos que traigan a escritores de talla. Están también las becas de creación que sirven como estímulo para un trabajo que demanda mucho tiempo antes de ver resultados. Pero las posibilidades de publicación sólo las puede dar el dinamismo del sector editorial y ese está marcado por la calidad y la cantidad del público lector. Medellín tiene sin duda limitaciones en espacio de visibilidad para sus nuevos escritores. Sólo mire las páginas de opinión de El Colombiano. El Estado ha ayudado a rabodeají, esperamos participar en próximo año en una beca, una especie de premio para publicaciones culturales en la red, ahí hay una pequeña posibilidad de recompensar a quienes han trabajado en este rollo. En últimas yo pienso que hoy en día es más fácil publicar, están los espacios de internet o las publicaciones por cuenta propia que resultan baratas, lo difícil es encontrar la atención de los lectores y eso sólo se logra con algo de suerte y el ingrediente más escaso, el talento.
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Link:

viernes, 4 de julio de 2008

Un Desconocido Hidalgo


Las rodillas de Rocinante flaquearon cuando el peso de su jinete aumentó por la pavura y el desencanto.

Don Quijote se había preparado durante meses para ese encuentro; compró costosas horas de sueño para organizar cada palabra que diría, cada gesto. Sin embargo, sus ensoñaciones nunca se estropearon por una sorpresa como la de entonces.

Hasta ese momento, el caballero anduvo impaciente y con los nervios felices. Apenas llegó al pueblo preguntó dónde podría encontrarla, y mientras se dirigía allí terminó de concretar los últimos detalles. Antes de girar en la esquina indicada aprovechó el cansancio evaporado de su caballo para brillar la punta de la lanza y hacer relucir su yelmo; se desenmarañó la barba, peinó el bigote y le pidió a su columna unos minutos para erguirse elegante.

Pero entendió que todas esas fueron delicadezas vanas cuando la tuvo al frente.

Ahí fue que las rodillas titubearon, que el baciyelmo cayó sobre los guijarros, y la lanza sin mano agitó la bruma nocturna antes de quedar apoyada en la pared como una escoba.

Entonces, aturdido por el estupor, Don Quijote se apeó trémulo, despreciando con indiferencia la ayuda de su escudero; tomó todas las monedas que llevaba y se las entregó silencioso, resignado, a la robusta y sorprendida mano de su amor. Hecho esto, se dio media vuelta y recogió el camino que lo había llevado hasta esa oscura y vetada calle del Toboso.

Arrastrando a Rocinante, con la frente en alto y los ojos bien abiertos –para evitar que se le descauzara el dolor- se fue diluyendo en las sombras de esa desafortunada noche en que conoció a Dulcinea, la del burdel.

Alonso Quijano cambió su armadura por comida en el camino hacia La Mancha. A nadie, en toda la historia, le interesó escribir sobre él.


(Relato publicado en Generación, suplemento cultural de El Colombiano. 20 julio, 2008)

miércoles, 25 de junio de 2008

El Crimen

A: ¿Cree usted que la vida es muy larga! Pues le tengo la solución. ¡Venga y pregunte, pregúnteme sin compromiso!

(Espera unos minutos repitiendo a gritos lo mismo, hasta que se acerca un caballero)

B: ¿Dígame, señor, cuál es la solución para acortar la vida?

(El vendedor le secretea algo al oído, su interlocutor asiente animado con la cabeza y le cambia unos billetes por una pequeña caja; acto seguido, abandona el lugar. Al instante se acerca otro individuo al vendedor)

C: ¿Cuál es la solución?

A: Disculpe, caballero, pero la acabo de vender. Ya no está bajo mi custodia. No, lamentablemente no se la puedo dar. Lo siento mucho por su vida, parece que el destino le depara un camino insoportablemente largo.

C: ¿Cómo así que ya no la tiene! ¿A quién se la vendió? ¿A ese señor de sombrero que va allá?
(El vendedor termina de empacar sus pertenencias en el maletín y confirma satisfecho la duda del interesado. Este último se dirige apresurado al comprador)

C: (gritándole a B) ¡Oiga! ¡Deténgase! ¿Cuánto pagó por la solución que le vendió el anciano de la esquina? Yo le doy el doble.

B: (asustado) No, señor, no está en venta. Ni siquiera he abierto la caja.

C: ¿Cuál caja? (Detallando minuciosamente el interior de la bolsa que B lleva agarrada)

B: Una caja. Permiso, señor, que tengo afán.

(B trata desesperado de parar un taxi, pero todos están ocupados. C, al observar las intenciones de B, pierde el juicio y trata de arrebatar la bolsa de B)

B: ¡Qué hace! ¡Ladrón, ladrón! ¡Ayúdenme!

(Inicia un divertido forcejeo en la mitad del andén. Ninguno de los testigos hace más que mirar. Los gritos de B tienen iracundo a C, que no ha podido arrancar la solución a B, y a la vez nervioso por la posible intervención policial.)

C: ¡Suéltela o lo mato! ¡Qué la suelte, le digo!

La inverosímil lucha no termina con las amenazas de C, hasta que éste último saca de su bolsillo un cuchillo largo y lo guarda de nuevo, pero en el vientre de B. Los testigos, al ver el rojo escandaloso de la sangre, despiertan de su letargo y comienzan a gritar para que agarren a C, que ya corre lejos y sin mirar atrás, con la bolsa de B en la mano. Por suerte, una patrulla escucha la algarabía y alcanza al agresor. La ambulancia tarda bastante en llegar y cuando lo hace se encuentra con un hombre muerto.

sábado, 21 de junio de 2008

La Nota



En ese espejo se reflejaba el silencio. Se lo compré a una ciega aquí en el mercado y me resultaba útil cuando no podía dormir. Durante las noches amenazadas de insomnio me sentaba frente a él a gritarle, y el retorno extinguido de los gritos me arrullaba, escuchar sus colores lentos y pesados me introducía al sueño. Sin embargo, anoche el espejo no reflejó nada, ni siquiera mi asombro, por eso decidí venir temprano a reclamarle a la anciana. Desmonté el espejo, lo traje hasta acá pero no la encontré. Desesperado por el escándalo de la muchedumbre y por la incomodidad de cargar algo tan pesado fue que decidí vendérselo a un desconocido. No he contado cuánto me dio por él, pero sé que fue una suma irrisoria. Ahora estoy buscando mi casa, pero tanto ruido no me deja ver.


P.D: En el respaldo escribo mi dirección. Agradezco al que me puede ayudar.



lunes, 16 de junio de 2008

Sentado en la plazoleta de la universidad


Se acaba la canción, los audífonos hablan como piedras, una avioneta continúa con la melodía

La mujer que está al lado ostenta sin verguenza la uña podrida del dedo gordo de su pie izquierdo

Dos hombres, junto a ella, hablan en francés susurrado. Cuando ríen miran directamente a los ojos del otro

Otra mujer, al lado de ellos, se chupa los dedos con los que acabe de meterse un trozo de torta a la boca. Se los chupa hasta la mitad, mientras su amiga le habla

Al otro lado hay una pareja de pie. Se paran como preparándose para bailar tango. Se nota que están aprendiendo. No les importa. También se nota que están enamorados

La de la torta se para y arroja el papel aluminio que envolvía su postre. Se sacude las manos. Ya no se vuelve a chupar los dedos

Cuatro teléfonos públicos. Cuatro personas conectadas. Sólo dos de ellas parecen tener una conversación amena

La de la uña podrida viste falda. Examina sus piernas. Analiza con sus palmas la calidad de la última rasurada

Pasa una mujer de camisa rosada con cachetes rosados, por el acné

La pareja del tango se sienta a mi lado. Él es afeminado, ella le da un beso y después trata de extirparle una espinilla. No lo logra

Arepa de huevo- 2
Jugo de Mora-1
Jugo de Maracuyá-1
Hombre-1
Mujer-1
Silencio-2

A él se le cae la bolsa vacía donde traían las arepas que ya almorzaron. Ella se agacha, la recoge, y se pasa la lengua por los labios para desengrasarlos. No hablan

Una camisa de Eskorbuto se enfila para llamar

Se escuchan los mofles como truenos de polución

Ya me voy

Hoy la gente actuó mucho en la Barrientos

Me siento extraño. Todos tienen verbos



Y yo sólo escribo

miércoles, 11 de junio de 2008

It's Alright Ma' (I'm Only Bleeding)

Tengo miedo de que me deje de gustar esta canción por repetirmela tanto. Desde hace quince días estoy escuchándola sin cansancio, en el Ipod está siempre seleccionada y cuando ya sé que se está acabando presiono la flechita que hace que empiece de nuevo. Ya busqué las palabras que no entendía, y encontré el sentido de las expresiones que traduciéndolas literalmente a nuestro idioma no tienen mucho significado. En la universidad estoy cantando más que hablando (aún sabiendo que mis virtudes para el canto son un mal chiste), y escribo los versos de la canción en donde me muerdan las ganas de ver esa perfección poética. Dylan es un genio. Desde que empezó a componer se supo que sería un genio. Uno puede tomar dos posturas frente a Dylan: sorprenderse constantemente por la calidad de cada verso, por la inspiración extraordinaria de cada canción; o bien puede dar por sentado que eso es lo normal en Dylan y que sólo podríamos exaltarnos cuando tenga una canción floja y sin sentido. En realidad no son posturas diferentes, lo que quiero decir es que es cuando lo común es lo perfecto uno puede llegar hasta el punto de no sorprenderse tanto con lo bueno. ¿Estoy exagerando? Sí. A Bob Dylan uno no puede escucharlo sin estremecerse al final con uno de esos escalofríos relampagueantes que te dan cuando ves a una mujer bonita, o cuando tenés un bostezo atrancado. Yo creí que Sabina era único, pero ese adjetivo se complica cuando tiene que disputarlo con el compositor de It´s Alright Ma' (I'm Only Bleeding) y de otras 500 canciones más.
Aquí dejo el video. La letra de la canción es un poco larga. Si la querés leer (¡la tenés que leer!), hacé click >aquí.


martes, 10 de junio de 2008

Miscelánea De Sentimientos Racionales

I.
Yo no soportaría tu muerte. Cada vez que imagino tu funeral me dan ganas de morir primero, de evadir con cobardía el sufrimiento de tu ausencia. ¿Qué haría yo ese día en que te llame y te llame, te toque tu cara, te sacuda por los hombros, y sienta sólo un montón de carne dejándose enfriar, de besos morados y de silencio vacío? A veces, cuando te veo dormir, me asusto: tu cuerpo sin ti es mi carta de suicidio. Si me toca ir a tu funeral, reservaré la sala contigua para que hagan también el mío y se abastezcan en él cuando en el tuyo se les acabe el tinto y los kleenex hayan llenado todas las papeleras . ¡Qué beneficio les hacemos evitándoles dos dolores y dos llantos! Que agoten todo el sufrimiento en un velorio. Es una promoción altruista.

II.
Si me amas, no te mueras.

III.
Hay una pregunta que debemos analizar con estricta seriedad: ¿Por qué amar a una persona que nos va a hacer tanto daño cuando se muera? No es que no considere una manifestación de amor el llorar ahogados a un familiar o a una esposa, sino que considero cruel y siniestro, por parte del muerto, haberse dejado querer para que después por culpa de él los otros lloren. Para mí eso no es amor. Si te amo no me dejo amar, que llores por otro, pero que a mi tumba no le vengan a rociar penas de las que no quiero ser culpable.

IV.
Entiéndeme, es que no quiero saber que vas a llorar por mí. No quiero imaginarte golpeando mi ataúd sin que yo despierte. Me duele pensar en tu dolor, en los que te avisen mi deceso. Cómo sería esa noticia, “Jorge ha muerto”. Cuando te asesten esa oración no quiero que mi nombre sea el sustantivo. Al decírtela las rodillas se te disolverían al instante, e ignorarías por meses cualquier palabra con pretensión analgésica. Yo te amo, ¿cómo podría hacerte eso?

V.
Qué radical, extremista, hablador. Cómo se me ocurre pensar eso. Qué enamorado pensaría en rechazar amor por no hacer posterior daño con su muerte, qué imbécil sería. Sin embargo, yo, que ya lo he pensado, tengo que ser consecuente. Me voy a desaparecer, pero no te preocupes, no estaré muerto, ni tampoco te desgastes creyendo que mi regreso depende de otros: me voy sólo, nadie me obliga. Olvídate de mí, consíguete otro y entrégate toda a él, como lo has hecho conmigo. Cuando ya estés anciana y tu marido muera, llóralo, llóralo a puños sobre su cajón y sólo entonces acuérdate de mí. Recordarás que no soy yo el que te causó esa pena, y que todavía te amo. De pronto se te distrae el luto. Y si mueres primero que tu esposo, quiero que desde ahora te convenzas de que voy a sentirme aliviado cuando vea que no soy yo el que se asfixia de dolor agarrando la bolsa de tus cenizas y cuando advierta que tu muerte no me encontró vulnerable. Entonces sabré que me amas y no tomaré medidas de seguridad al respecto.

VI.
Sí. Porque te amo me voy a morir lejos.

Silencio por finales

He tenido algo descuidado el blog, lector invisible, lo acepto; pero es debido a las toneladas de trabajos que se me acumularon al final del semestre y tengo que entregar en poco tiempo. En estos momentos realizo una investigación sobre los medios que publican literatura de ficción y poesía en Medellín. Busco revistas, blogs disciplinados, revistas virtuales, que se atrevan a dedicar espacios a los nuevos escritores que se hornean en la ciudad, porque de que los hay, los hay, sólo que no hay muchas maneras de conocerlos.

La literatura en Medellín no tiene mucha divulgación. Yo quiero saber si es por falta de promotores, de escritores disciplinados, de medios que estén interesados en apoyar, de revistas que estén dedicadas a publicar novedades literarias de la ciudad; o si es tal vez un problema que no depende tanto de los apasionados por la literatura sino de la sociedad en general: una sociedad donde los pocos lectores que hay sólo le entregan sus ratos de ocio a lo que consiguen en las grandes librerias o de los piratas esquineros. No sé. Todavía no concluyo nada.

Bueno, es por eso que hace rato no subía nada al blog. A partir de la semana entrante, cuando ya haya entregado la investigación, tendré millones de segundos para escribir, y seguramente algo de eso quedará consignado acá.

jueves, 29 de mayo de 2008

Más Metafísica Pueril





Últimamente ando recuperando dudas que tenía cuando era un niño y la realidad apenas estaba empezando a tener forma (bueno, no es que ahora la tenga, sólo que entonces era un poquito más desfigurada). Yo sé que que en el blog pasado hablé sobre el olvido y su dictadura en mi memoria, pero la verdad es que a veces le gano y logro arrebatarle una que otra cosa. Decir que olvido lo que quiero es una exageración pedante y literaria. Ya me perdonarán. Pueden olvidar ese blog. Desde el título se los había dicho.

En fin, durante una de las noches que taparon la semana pasada atrapé un pensamiento que tenía cuando ni siquiera había hecho la primera comunión. Pensándolo bien no era tanto un pensamiento como un tímido reproche. Les cuento:


Siempre me gustó el libro del Apocalipsis. Esos cielos sangrados, trompetas kilométricas, furia divina, y pánico másivo eran elementos de escenas que me divertían las horas de lectura bíblica. Pero había algo del Apocalipsis que me inquietaba: no se sabía cuándo iba a ocurrir. "¿Qué espera Dios para el Juicio Final?" -me preguntaba- "¿Será que nos tocará a nosotros?". Lo más seguro -pensaba- era que no nos tocara: si no le había tocado a mi abuelo muerto por qué habría de sucederme a mí. Pero el problema no era tanto el cuándo sucedería, lo que me picaba en el cerebro era otra cosa.


Yo daba por supuesto que justo después de la muerte habría de dirigirme al cielo para reclamar mi vida eterna. Allá arriba me reuniría con todos los muertos acumulados hasta el momento, y a su vez, los que morirían después de mí se encontrarían conmigo. Y esa inmensa colección de muertos se sucedería interminablemente hasta el día del Juicio Final: hasta el día de trompetas y caballos descomunales. Yo no entendía cómo Dios podría hacer eso: poner a esperar a todo el mundo en el cielo hasta que le diera por acabar con lo de allá abajo, y mientras tanto se iría llenando el firmamento como un metro en hora pico.



Además de la angustia que me provocaba la imagen del cielo atestado, me daba envidia de aquellos que irían a disfrutar del Apocalipsis mientras estaban vivos en la tierra. Como ya dije, siempre he sido pesimista y sabría que no me tocaría a mí; y sumado a eso también soy envidioso y me dolía que Dios le fuera a dar a otros el placer de ser los últimos en la tierra, mientras millones de muertos eternos se hacinaban en las nubes por tiempo indefinido.



Esa fue una de mis primeras inquietudes sobre el proceder divino. Y, aunque no parezca tan importante, fue una de las minas originales que se enterraron en mi "dimensión religiosa". Ya esa dimensión está humeando entre las ruinas. La metafísica pueril no es tan inocente.


P.D: Obviamente mi reproche no estaba tan elaborado. Era algo que entonces sentía y que ahora le puedo explicar a ese niño que lo vivió.



martes, 27 de mayo de 2008

Para leer y olvidar

Anoche estaba olvidando algunas cosas y me di cuenta de lo privilegiado que soy. Tengo la bondad natural de olvidar sin mucho esfuerzo: se me suprime fácilmente un nombre, un gusto, una adicción, un amor, una fobia, un sabor…

Por eso mi presente es mucho más rico que el de los memoriosos. El mío es periódicamente virgen.

La memoria tiene una característica aciaga: atrapa la realidad y la vuelve costumbre. Eso le quita a uno la posibilidad de asombrarse varias veces con el mismo objeto. Son muy pocas las cosas que la memoria no es capaz de reducir a imágenes normales, gastadas, previsibles, y por eso es que a veces el olvido se espera con avidez, y se recibe con gratitud.

¿Es el olvido una virtud?

No sé. Pero estoy seguro de que al que afirme eso le caerían innumerables hombrebibliotecas pedantes para burlársele y decirle riendo: “El que olvida es un pobre involuntario, pero un pobre. Si antes tenía un saber, pues lo perdió por no cuidarlo, y ya tiene uno menos. El que olvida es un pobre involuntario”

Pero qué más da -diría ese sujeto al que se le burlan con arrogancia-. Él –que quiero ser yo- respondería que encuentra más placer en encontrar verdades que en mantenerlas.

Tatuarse los saberes en la memoria es una actividad análoga a la de las casas donde le cortan las alas al loro. Lo hacen para que el animal se quede en su jaula –o en su árbol- repitiendo por siempre lo que ya todos saben que va a decir. A mí esa tarea de cortarle las alas al loro me parece macabra, y va en contra de mi veneración al olvido, por eso evito llevarla a cabo. No niego que hay algunos plumíferos que deciden quedarse temporadas extensísimas en mi memoria, y lo logran aunque yo les sacuda las ramas para que se caigan y me gaste horas urdiendo la estrategia para que emigren al vacío. Ésos, por su persistencia, a veces merecen que los indulte; y entonces, cuando ya estoy resignado a tener que aguantarlos por siempre, miro a la jaula y agonizan de viejos, o –en el mejor de los casos- ya no están.

Siempre es mejor que lleguen loros nuevos a decirte cosas imprevistas, a que permanezca el mismo taladrándote con el mismo discurso. ¿No?

-¿Qué responderían a esto los Funes memoriosos?
Que es mejor saber mucho de algo, que poco de mucho. (Esa respuesta es un loro milenario)

-¿Y qué contraargumentaría mi sujeto?
No me acuerdo.

sábado, 17 de mayo de 2008

La Última Conversación

A: Hey entonces....
B: ¿Entonces qué?
A: Estoy esperando a que me digás. ¿Sí querés que te mate, o no?
B: Eso depende de vos. Si querés me matás, yo no puedo hacer nada.
A: No es que yo te quiera matar, sino que como me habías dicho que estabas muy aburrido y todo eso... es para que aprovechés que yo ya me voy a suicidar. Así nos vamos juntos.
B: No, no, no, pues cómo. Yo no me voy a suicidar. Oigan pues.
A: Ahh pero este si es bobo, ¿no entiende?. Vea, yo lo mato a usted y después me suicido. Es un favor que le haría: yo sé que usted por más deprimido que esté no es capaz de suicidarse. Déjese ayudar entonces.
B: Parce, vos estás loca...
A: Loca no. Es de buena gente. En serio.
B: Pero es que decirte que sí quiero que me matés sería lo mismo que un suicidio, sólo que por una mano que no es mía, y yo no me quiero suicidar.
A: ¿Entonces qué hacemos?... Ya sé: No me digás que sí, pero tampoco me digás que no, y entonces yo ya sabría que éso es un sí.
B: Agghh, cómo vas a decir éso: ya no va a poder ser así, porque si no te digo que no, vas a creer que quiero que sí; y como tampoco te voy a decir que sí, entonces no. ¿Si me entendés? Lo mejor es que te des cuenta por tus medios de qué es lo que yo quiero.
A: ¿Y si creo que sí y después resulta que no?
B: Pues ya qué, voy a estar muerto.
A: Pero asesinado por una suicida, y esa no es la intención.
B: Bueno, ya pues. Decidite y miramos a ver qué pasa. Que conversación más aburrida.
A: ¿Estás aburrido?
B: Ahhh, que pereza vos... hablamos después.
A: Bueno, yo te llamo a ver qué.
B: Suerte...
A: Adiós

jueves, 15 de mayo de 2008

domingo, 4 de mayo de 2008

Donde sea verdad...

Cuando están enterrando a una persona, durante la misa y en el momento de su ingreso a la tierra o al horno, los enlutados repiten al unísono una sentencia aterradora: "Dale Señor el descanso eterno, y brille para él -o ella- la luz perpetua".

¿Se imaginan que éso se cumpla? Que apenas estés desconociendo la muerte y que de pronto te llegue un rayo de luz divino, como si fueras el protagonista de una obra de teatro, y que nunca deje de vigilar la efímera paz que habías conseguido; uno recién muertico y ni siquiera así le dejan de echar la sal. Para mí, esa sentencia, ese deseo de la luz perpetua, es una inconsciente manifestación de envidia. Piénsenlo. El ser humano sabe muy en el fondo, donde ya no hay que saber nada, que la muerte es la recompensa por haber vivido; y por eso, cuando alguien se muere, los que se quedan llorando inician de inmediato una campaña para tratar de que su hermano no disfrute primero que ellos los placeres del morir.
A usted, lector fortuito, le pido que si algún día desemboca en mi funeral, por favor evite que se me desee tan mala suerte. Yo no soy supersticioso, y podría asegurar que los efectos del "descanso eterno y la luz perpetua" son inocuos para el impasible cuerpo del muerto; pero igual, es mejor prevenir. Cuando me muera, les pido de una vez, no me hagan misa a mí: si quieren hágansela ustedes mismos, pero relax que yo voy a estar bien y no necesito las amenazas de un faro que me de iluminación eterna.
... Desventurados aquellos que no pueden morir porque les toca quedarse a la derecha de su Dios padre por toda la eternidad...

Pregunta Reveladora

Esta pregunta se me ocurrió hace rato, pero apenas la vengo a escribir. Siempre he creído que la respuesta que se le de dice mucho de la persona que la responde. Here it comes...

Si fueras un taxista que no ha conseguido pasajeros y recorre sólo las calles de la ciudad, ¿Prenderías el taxímetro para saber cuánta plata has perdido al no tener clientes, o lo dejarías apagado sin interesarte por él?
Ask No More...

martes, 29 de abril de 2008

Pensamiento Fugaz

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Dios, para la evolución, es lo mismo que una cordal.

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lunes, 28 de abril de 2008

Living in an Arrow

Hace dos semanas, en una excéntrica discoteca llamada Vinacure, me impactó por casualidad una imagen poética de las que se quedan colgadas un buen rato en la memoria. Estaba aburrido en la silla, viendo hablar a todo el mundo y detallando las ruidosas paredes del lugar mientras me concentraba en la música. Entonces sonó una canción que nunca había escuchado y que contrastaba con los géneros habituales de las discotecas. Desde el principio me gustó, y supe que era un clásico (algo así tenía que ser un clásico), hipótesis que comprobé cuando el tipo sentado en una mesa cercana la estaba cantando emocionadísimo y su acompañante no hacía más que mirarlo, y mirar si alguien los estaba viendo.

Yo memoricé uno de sus versos para después buscarlo en Google y descubrir el nombre de la canción. Las palabras que me aprendí decían así: I’m alive, I’m death, Im a stranger living in an arrow. O eso era lo que yo había entendido.

Living in an arrow… Apenas escuché esa frase se me salió el respectivo “Ufff” que se merecen las cosas que me causan admiración. La imagen de estar viviendo en una flecha me cayó como la mejor poesía que he escuchado en varios días –teniendo en cuenta que hace bastante no leo poesía con disciplina-.

Me imaginé una flecha atravesando el aire de un bosque; la punta, que gira tan rápido que parece quieta, refleja todo lo que se levanta a su alrededor, y en cierto punto reflejará el lugar donde se va a clavar. Nosotros, según la imagen de la canción que se me descubrió en Vinacure, habitamos en esa punta giratoria.

Esa oración me explotó de inmediato, sin embargo no le encontraba mucho sentido. Aún así seguía valiendo la pena repetirla y repetirla, imaginársela y pensarla un rato. A veces no sabemos por qué nos gusta algo, yo no puedo explicar por qué me gustó ese verso inconexo, pero me gustó y .

Al día siguiente, cuando busqué en Google los versos que me aprendí, no encontré ningún resultado. Entonces quité el “living in an arrow” y puse “im alive, im death, im a stranger”, y sí encontré algo. Google me corrigió y apareció el conocido “quiso decir”: I’m alive, I’m death, I’m the stranger, Killing an arab… Una canción de The Cure.

Killing an arab?????

Yo juraba que era “Living in an arrow”, y resulta que no era eso, que la poesía que disfrute durante esa noche era una mentira. Mis falencias en la comprensión del inglés se tradujeron en una creación involuntaria. Aunque pensándolo bien, yo no creé nada, no tengo méritos para decir “Hey vean lo que se me ocurrió. Es fantástico: un poema titulado “viviendo en una flecha””. No, no los tengo. Yo simplemente creí haber entendido eso.

Entonces surge la pregunta: ¿De quién fue la creación? La respuesta en este caso es evidente: de nadie. Ni mía, ni de The Cure, ni de los parlantes, ni de nada. Ese verso estaba ahí, en la lista de espera de los inéditos, aguardando a que alguien conjugara sus partes. Por error es posible crear, pero no puede atribuirse ese surgimiento a nadie. Es hijo del lenguaje, de nada más y –para que suene mejor-, de nada menos.

Ya me había pasado lo mismo antes, pero con imágenes más discretas. Ahora sé que si utilizo el “living in an arrow” tengo que dejar en claro que no es mío. Ni de nadie. Es que, en últimas, lo que se escribe no tiene autor, y así lo han propuesto varios escritores. Con el pasar de los años, de las décadas y los siglos, los autores terminan siendo una ficción entretenida pero innecesaria.

Los códices mayas, las piedras egipcias, los pergaminos semidestruidos y demás documentos históricos, pueden prescindir –sin que pierdan valor- de un nombre que los sustente. Lo escrito lo dice todo, incluso quién lo escribió. Obviamente hay que dejar correr el tiempo para darse cuenta de que lo que escribe un colombiano hoy, o un europeo, o un chino, o un humano cualquiera, corresponde a lo que tenía que ser escrito por todos ellos. Voluntaria o involuntariamente los escritores asumen ese papel de intérpretes y transmisores de un contexto específico. Pero lo que quiero dejar en claro es que para mí las creaciones de ésos escritores no son, en realidad, de esos escritores: son del lenguaje que tiene desde un principio las posibilidades de combinación determinadas y que sólo está esperando a que se agoten todas sus formas de expresión. Todo esto lo planteó Borges en su cuento “La Biblioteca de Babel”, y yo lo tarareo de nuevo por culpa de un episodio fortuito en el que un error me reveló un buen verso.
Aquí está un psicodélico video de la canción...