jueves, 29 de mayo de 2008

Más Metafísica Pueril





Últimamente ando recuperando dudas que tenía cuando era un niño y la realidad apenas estaba empezando a tener forma (bueno, no es que ahora la tenga, sólo que entonces era un poquito más desfigurada). Yo sé que que en el blog pasado hablé sobre el olvido y su dictadura en mi memoria, pero la verdad es que a veces le gano y logro arrebatarle una que otra cosa. Decir que olvido lo que quiero es una exageración pedante y literaria. Ya me perdonarán. Pueden olvidar ese blog. Desde el título se los había dicho.

En fin, durante una de las noches que taparon la semana pasada atrapé un pensamiento que tenía cuando ni siquiera había hecho la primera comunión. Pensándolo bien no era tanto un pensamiento como un tímido reproche. Les cuento:


Siempre me gustó el libro del Apocalipsis. Esos cielos sangrados, trompetas kilométricas, furia divina, y pánico másivo eran elementos de escenas que me divertían las horas de lectura bíblica. Pero había algo del Apocalipsis que me inquietaba: no se sabía cuándo iba a ocurrir. "¿Qué espera Dios para el Juicio Final?" -me preguntaba- "¿Será que nos tocará a nosotros?". Lo más seguro -pensaba- era que no nos tocara: si no le había tocado a mi abuelo muerto por qué habría de sucederme a mí. Pero el problema no era tanto el cuándo sucedería, lo que me picaba en el cerebro era otra cosa.


Yo daba por supuesto que justo después de la muerte habría de dirigirme al cielo para reclamar mi vida eterna. Allá arriba me reuniría con todos los muertos acumulados hasta el momento, y a su vez, los que morirían después de mí se encontrarían conmigo. Y esa inmensa colección de muertos se sucedería interminablemente hasta el día del Juicio Final: hasta el día de trompetas y caballos descomunales. Yo no entendía cómo Dios podría hacer eso: poner a esperar a todo el mundo en el cielo hasta que le diera por acabar con lo de allá abajo, y mientras tanto se iría llenando el firmamento como un metro en hora pico.



Además de la angustia que me provocaba la imagen del cielo atestado, me daba envidia de aquellos que irían a disfrutar del Apocalipsis mientras estaban vivos en la tierra. Como ya dije, siempre he sido pesimista y sabría que no me tocaría a mí; y sumado a eso también soy envidioso y me dolía que Dios le fuera a dar a otros el placer de ser los últimos en la tierra, mientras millones de muertos eternos se hacinaban en las nubes por tiempo indefinido.



Esa fue una de mis primeras inquietudes sobre el proceder divino. Y, aunque no parezca tan importante, fue una de las minas originales que se enterraron en mi "dimensión religiosa". Ya esa dimensión está humeando entre las ruinas. La metafísica pueril no es tan inocente.


P.D: Obviamente mi reproche no estaba tan elaborado. Era algo que entonces sentía y que ahora le puedo explicar a ese niño que lo vivió.



martes, 27 de mayo de 2008

Para leer y olvidar

Anoche estaba olvidando algunas cosas y me di cuenta de lo privilegiado que soy. Tengo la bondad natural de olvidar sin mucho esfuerzo: se me suprime fácilmente un nombre, un gusto, una adicción, un amor, una fobia, un sabor…

Por eso mi presente es mucho más rico que el de los memoriosos. El mío es periódicamente virgen.

La memoria tiene una característica aciaga: atrapa la realidad y la vuelve costumbre. Eso le quita a uno la posibilidad de asombrarse varias veces con el mismo objeto. Son muy pocas las cosas que la memoria no es capaz de reducir a imágenes normales, gastadas, previsibles, y por eso es que a veces el olvido se espera con avidez, y se recibe con gratitud.

¿Es el olvido una virtud?

No sé. Pero estoy seguro de que al que afirme eso le caerían innumerables hombrebibliotecas pedantes para burlársele y decirle riendo: “El que olvida es un pobre involuntario, pero un pobre. Si antes tenía un saber, pues lo perdió por no cuidarlo, y ya tiene uno menos. El que olvida es un pobre involuntario”

Pero qué más da -diría ese sujeto al que se le burlan con arrogancia-. Él –que quiero ser yo- respondería que encuentra más placer en encontrar verdades que en mantenerlas.

Tatuarse los saberes en la memoria es una actividad análoga a la de las casas donde le cortan las alas al loro. Lo hacen para que el animal se quede en su jaula –o en su árbol- repitiendo por siempre lo que ya todos saben que va a decir. A mí esa tarea de cortarle las alas al loro me parece macabra, y va en contra de mi veneración al olvido, por eso evito llevarla a cabo. No niego que hay algunos plumíferos que deciden quedarse temporadas extensísimas en mi memoria, y lo logran aunque yo les sacuda las ramas para que se caigan y me gaste horas urdiendo la estrategia para que emigren al vacío. Ésos, por su persistencia, a veces merecen que los indulte; y entonces, cuando ya estoy resignado a tener que aguantarlos por siempre, miro a la jaula y agonizan de viejos, o –en el mejor de los casos- ya no están.

Siempre es mejor que lleguen loros nuevos a decirte cosas imprevistas, a que permanezca el mismo taladrándote con el mismo discurso. ¿No?

-¿Qué responderían a esto los Funes memoriosos?
Que es mejor saber mucho de algo, que poco de mucho. (Esa respuesta es un loro milenario)

-¿Y qué contraargumentaría mi sujeto?
No me acuerdo.

sábado, 17 de mayo de 2008

La Última Conversación

A: Hey entonces....
B: ¿Entonces qué?
A: Estoy esperando a que me digás. ¿Sí querés que te mate, o no?
B: Eso depende de vos. Si querés me matás, yo no puedo hacer nada.
A: No es que yo te quiera matar, sino que como me habías dicho que estabas muy aburrido y todo eso... es para que aprovechés que yo ya me voy a suicidar. Así nos vamos juntos.
B: No, no, no, pues cómo. Yo no me voy a suicidar. Oigan pues.
A: Ahh pero este si es bobo, ¿no entiende?. Vea, yo lo mato a usted y después me suicido. Es un favor que le haría: yo sé que usted por más deprimido que esté no es capaz de suicidarse. Déjese ayudar entonces.
B: Parce, vos estás loca...
A: Loca no. Es de buena gente. En serio.
B: Pero es que decirte que sí quiero que me matés sería lo mismo que un suicidio, sólo que por una mano que no es mía, y yo no me quiero suicidar.
A: ¿Entonces qué hacemos?... Ya sé: No me digás que sí, pero tampoco me digás que no, y entonces yo ya sabría que éso es un sí.
B: Agghh, cómo vas a decir éso: ya no va a poder ser así, porque si no te digo que no, vas a creer que quiero que sí; y como tampoco te voy a decir que sí, entonces no. ¿Si me entendés? Lo mejor es que te des cuenta por tus medios de qué es lo que yo quiero.
A: ¿Y si creo que sí y después resulta que no?
B: Pues ya qué, voy a estar muerto.
A: Pero asesinado por una suicida, y esa no es la intención.
B: Bueno, ya pues. Decidite y miramos a ver qué pasa. Que conversación más aburrida.
A: ¿Estás aburrido?
B: Ahhh, que pereza vos... hablamos después.
A: Bueno, yo te llamo a ver qué.
B: Suerte...
A: Adiós

jueves, 15 de mayo de 2008

domingo, 4 de mayo de 2008

Donde sea verdad...

Cuando están enterrando a una persona, durante la misa y en el momento de su ingreso a la tierra o al horno, los enlutados repiten al unísono una sentencia aterradora: "Dale Señor el descanso eterno, y brille para él -o ella- la luz perpetua".

¿Se imaginan que éso se cumpla? Que apenas estés desconociendo la muerte y que de pronto te llegue un rayo de luz divino, como si fueras el protagonista de una obra de teatro, y que nunca deje de vigilar la efímera paz que habías conseguido; uno recién muertico y ni siquiera así le dejan de echar la sal. Para mí, esa sentencia, ese deseo de la luz perpetua, es una inconsciente manifestación de envidia. Piénsenlo. El ser humano sabe muy en el fondo, donde ya no hay que saber nada, que la muerte es la recompensa por haber vivido; y por eso, cuando alguien se muere, los que se quedan llorando inician de inmediato una campaña para tratar de que su hermano no disfrute primero que ellos los placeres del morir.
A usted, lector fortuito, le pido que si algún día desemboca en mi funeral, por favor evite que se me desee tan mala suerte. Yo no soy supersticioso, y podría asegurar que los efectos del "descanso eterno y la luz perpetua" son inocuos para el impasible cuerpo del muerto; pero igual, es mejor prevenir. Cuando me muera, les pido de una vez, no me hagan misa a mí: si quieren hágansela ustedes mismos, pero relax que yo voy a estar bien y no necesito las amenazas de un faro que me de iluminación eterna.
... Desventurados aquellos que no pueden morir porque les toca quedarse a la derecha de su Dios padre por toda la eternidad...

Pregunta Reveladora

Esta pregunta se me ocurrió hace rato, pero apenas la vengo a escribir. Siempre he creído que la respuesta que se le de dice mucho de la persona que la responde. Here it comes...

Si fueras un taxista que no ha conseguido pasajeros y recorre sólo las calles de la ciudad, ¿Prenderías el taxímetro para saber cuánta plata has perdido al no tener clientes, o lo dejarías apagado sin interesarte por él?
Ask No More...