domingo, 4 de mayo de 2008

Donde sea verdad...

Cuando están enterrando a una persona, durante la misa y en el momento de su ingreso a la tierra o al horno, los enlutados repiten al unísono una sentencia aterradora: "Dale Señor el descanso eterno, y brille para él -o ella- la luz perpetua".

¿Se imaginan que éso se cumpla? Que apenas estés desconociendo la muerte y que de pronto te llegue un rayo de luz divino, como si fueras el protagonista de una obra de teatro, y que nunca deje de vigilar la efímera paz que habías conseguido; uno recién muertico y ni siquiera así le dejan de echar la sal. Para mí, esa sentencia, ese deseo de la luz perpetua, es una inconsciente manifestación de envidia. Piénsenlo. El ser humano sabe muy en el fondo, donde ya no hay que saber nada, que la muerte es la recompensa por haber vivido; y por eso, cuando alguien se muere, los que se quedan llorando inician de inmediato una campaña para tratar de que su hermano no disfrute primero que ellos los placeres del morir.
A usted, lector fortuito, le pido que si algún día desemboca en mi funeral, por favor evite que se me desee tan mala suerte. Yo no soy supersticioso, y podría asegurar que los efectos del "descanso eterno y la luz perpetua" son inocuos para el impasible cuerpo del muerto; pero igual, es mejor prevenir. Cuando me muera, les pido de una vez, no me hagan misa a mí: si quieren hágansela ustedes mismos, pero relax que yo voy a estar bien y no necesito las amenazas de un faro que me de iluminación eterna.
... Desventurados aquellos que no pueden morir porque les toca quedarse a la derecha de su Dios padre por toda la eternidad...

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