martes, 27 de mayo de 2008

Para leer y olvidar

Anoche estaba olvidando algunas cosas y me di cuenta de lo privilegiado que soy. Tengo la bondad natural de olvidar sin mucho esfuerzo: se me suprime fácilmente un nombre, un gusto, una adicción, un amor, una fobia, un sabor…

Por eso mi presente es mucho más rico que el de los memoriosos. El mío es periódicamente virgen.

La memoria tiene una característica aciaga: atrapa la realidad y la vuelve costumbre. Eso le quita a uno la posibilidad de asombrarse varias veces con el mismo objeto. Son muy pocas las cosas que la memoria no es capaz de reducir a imágenes normales, gastadas, previsibles, y por eso es que a veces el olvido se espera con avidez, y se recibe con gratitud.

¿Es el olvido una virtud?

No sé. Pero estoy seguro de que al que afirme eso le caerían innumerables hombrebibliotecas pedantes para burlársele y decirle riendo: “El que olvida es un pobre involuntario, pero un pobre. Si antes tenía un saber, pues lo perdió por no cuidarlo, y ya tiene uno menos. El que olvida es un pobre involuntario”

Pero qué más da -diría ese sujeto al que se le burlan con arrogancia-. Él –que quiero ser yo- respondería que encuentra más placer en encontrar verdades que en mantenerlas.

Tatuarse los saberes en la memoria es una actividad análoga a la de las casas donde le cortan las alas al loro. Lo hacen para que el animal se quede en su jaula –o en su árbol- repitiendo por siempre lo que ya todos saben que va a decir. A mí esa tarea de cortarle las alas al loro me parece macabra, y va en contra de mi veneración al olvido, por eso evito llevarla a cabo. No niego que hay algunos plumíferos que deciden quedarse temporadas extensísimas en mi memoria, y lo logran aunque yo les sacuda las ramas para que se caigan y me gaste horas urdiendo la estrategia para que emigren al vacío. Ésos, por su persistencia, a veces merecen que los indulte; y entonces, cuando ya estoy resignado a tener que aguantarlos por siempre, miro a la jaula y agonizan de viejos, o –en el mejor de los casos- ya no están.

Siempre es mejor que lleguen loros nuevos a decirte cosas imprevistas, a que permanezca el mismo taladrándote con el mismo discurso. ¿No?

-¿Qué responderían a esto los Funes memoriosos?
Que es mejor saber mucho de algo, que poco de mucho. (Esa respuesta es un loro milenario)

-¿Y qué contraargumentaría mi sujeto?
No me acuerdo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien chevere

Sandoval dijo...

Esto está muy bueno.