lunes, 28 de abril de 2008

Living in an Arrow

Hace dos semanas, en una excéntrica discoteca llamada Vinacure, me impactó por casualidad una imagen poética de las que se quedan colgadas un buen rato en la memoria. Estaba aburrido en la silla, viendo hablar a todo el mundo y detallando las ruidosas paredes del lugar mientras me concentraba en la música. Entonces sonó una canción que nunca había escuchado y que contrastaba con los géneros habituales de las discotecas. Desde el principio me gustó, y supe que era un clásico (algo así tenía que ser un clásico), hipótesis que comprobé cuando el tipo sentado en una mesa cercana la estaba cantando emocionadísimo y su acompañante no hacía más que mirarlo, y mirar si alguien los estaba viendo.

Yo memoricé uno de sus versos para después buscarlo en Google y descubrir el nombre de la canción. Las palabras que me aprendí decían así: I’m alive, I’m death, Im a stranger living in an arrow. O eso era lo que yo había entendido.

Living in an arrow… Apenas escuché esa frase se me salió el respectivo “Ufff” que se merecen las cosas que me causan admiración. La imagen de estar viviendo en una flecha me cayó como la mejor poesía que he escuchado en varios días –teniendo en cuenta que hace bastante no leo poesía con disciplina-.

Me imaginé una flecha atravesando el aire de un bosque; la punta, que gira tan rápido que parece quieta, refleja todo lo que se levanta a su alrededor, y en cierto punto reflejará el lugar donde se va a clavar. Nosotros, según la imagen de la canción que se me descubrió en Vinacure, habitamos en esa punta giratoria.

Esa oración me explotó de inmediato, sin embargo no le encontraba mucho sentido. Aún así seguía valiendo la pena repetirla y repetirla, imaginársela y pensarla un rato. A veces no sabemos por qué nos gusta algo, yo no puedo explicar por qué me gustó ese verso inconexo, pero me gustó y .

Al día siguiente, cuando busqué en Google los versos que me aprendí, no encontré ningún resultado. Entonces quité el “living in an arrow” y puse “im alive, im death, im a stranger”, y sí encontré algo. Google me corrigió y apareció el conocido “quiso decir”: I’m alive, I’m death, I’m the stranger, Killing an arab… Una canción de The Cure.

Killing an arab?????

Yo juraba que era “Living in an arrow”, y resulta que no era eso, que la poesía que disfrute durante esa noche era una mentira. Mis falencias en la comprensión del inglés se tradujeron en una creación involuntaria. Aunque pensándolo bien, yo no creé nada, no tengo méritos para decir “Hey vean lo que se me ocurrió. Es fantástico: un poema titulado “viviendo en una flecha””. No, no los tengo. Yo simplemente creí haber entendido eso.

Entonces surge la pregunta: ¿De quién fue la creación? La respuesta en este caso es evidente: de nadie. Ni mía, ni de The Cure, ni de los parlantes, ni de nada. Ese verso estaba ahí, en la lista de espera de los inéditos, aguardando a que alguien conjugara sus partes. Por error es posible crear, pero no puede atribuirse ese surgimiento a nadie. Es hijo del lenguaje, de nada más y –para que suene mejor-, de nada menos.

Ya me había pasado lo mismo antes, pero con imágenes más discretas. Ahora sé que si utilizo el “living in an arrow” tengo que dejar en claro que no es mío. Ni de nadie. Es que, en últimas, lo que se escribe no tiene autor, y así lo han propuesto varios escritores. Con el pasar de los años, de las décadas y los siglos, los autores terminan siendo una ficción entretenida pero innecesaria.

Los códices mayas, las piedras egipcias, los pergaminos semidestruidos y demás documentos históricos, pueden prescindir –sin que pierdan valor- de un nombre que los sustente. Lo escrito lo dice todo, incluso quién lo escribió. Obviamente hay que dejar correr el tiempo para darse cuenta de que lo que escribe un colombiano hoy, o un europeo, o un chino, o un humano cualquiera, corresponde a lo que tenía que ser escrito por todos ellos. Voluntaria o involuntariamente los escritores asumen ese papel de intérpretes y transmisores de un contexto específico. Pero lo que quiero dejar en claro es que para mí las creaciones de ésos escritores no son, en realidad, de esos escritores: son del lenguaje que tiene desde un principio las posibilidades de combinación determinadas y que sólo está esperando a que se agoten todas sus formas de expresión. Todo esto lo planteó Borges en su cuento “La Biblioteca de Babel”, y yo lo tarareo de nuevo por culpa de un episodio fortuito en el que un error me reveló un buen verso.
Aquí está un psicodélico video de la canción...

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