lunes, 28 de abril de 2008

El Jardín de Senderos que se Bifurcan

Nota: Este es un escrito que analiza -sin muchas pretensiones- uno de los cuentos más conocidos de Jorge Luis Borges. Si no se han leído el cuento este texto se les hará incomprensible y aburrido, pues no contextualizo en ninguna parte. Si quieren leerse el cuento, lo pueden hacer> aquí.
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Con Borges el tiempo es maleable, casi sumiso, como un animal entrenado. La exploración que hace Borges del tiempo descubre, y ayuda a descubrir, nuevas posibilidades. Creo que uno de los aspectos aburridos de la ciencia es que establece, por lo menos temporalmente, las características de la realidad, y digo establece cuando debería decir “fija”. La ciencia fija una realidad, y la limita. Borges desprende con maestría los clavos del conocimiento, del cuadro que la ciencia cuelga para cubrir el hueco de las posibilidades descartadas, y propone el suyo. Lo que más admiro de él es que insinúa realidades, como buen poeta, y lo hace sin la intención de edificar o teorizar en la realidad. La poesía tiene la libertad de crear sin tener que esforzarse para que sus hipótesis o teorías no las derroque alguna más evolucionada, como ocurre en la ciencia. Veo a la poesía como un conjunto de realidades eternas, inmunes a las demostraciones y experimentos, a los números y métodos. Si algún día nos extinguimos como especie humana creo que el mejor epígrafe para la tumba común sería La Poesía.

Ahora sí, a hablar del cuento: La primera vez que lo leí, concentré mi atención en la teoría, en las frases que me revelaran la concepción del tiempo que el autor quiso compartir, pero pasé por alto la influencia del argumento o la trama del cuento en esa “teoría”. Durante la relectura estuve pendiente de la manera en que el escritor argentino aúna cuento y filosofía.

Borges inicia relatando un confuso hecho acontecido en la Primera Guerra Mundial, en primera persona; y el cuento lo termina narrando un oriental, espía al servicio de Alemania y preso en Inglaterra por un crimen que se gesta desde la primera página del texto. Parece una trama rebuscada para meterle cuestiones metafísicas y filosóficas, pero si algo le sobra a Borges es ingenio. En mi primera lectura del cuento subrayé casi toda una página que creí que sintetizaba todo lo que Borges quiso decir con él. Es en la que Albert le revela a Yu Tsun (el espía oriental que resulta ser familiar de Ts’ui Pen) las reflexiones sobre el tiempo que Ts’ui Pen (un excéntrico pensador oriental) había materializado en su obra “El Jardín de senderos que se bifurcan”. Es una página que por su contenido habría podido prescindir del resto del relato, tiene vida propia y autonomía semántica. Borges la pudo haber escrito como un texto aislado de cualquier tinte de ficción y no perdería ni un gramo de su valor estético y filosófico; sin embargo, Borges relaciona sutilmente esa propuesta de “infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos” con la historia que va fluyendo y rodeando la pagina mencionada. En realidad creo que esa página se extiende sobre todo el cuento imperceptiblemente, en algunas escenas más evidente que en otras. Por ejemplo encuentro esa relación en dos momentos casi idénticos que se repiten en el cuento pero con consecuencias radicalmente opuestas.

Durante la ya mencionada contextualización que le hace Albert a Yu Tsun, sobre los estudios que hizo de la caótica obra de su antepasado, el inglés se levanta para alcanzarle un papel revelador al espía, éste lo recibe y se interesa por él y por la atractiva exposición del anfitrión. La escena se repite unas páginas después, pero cuando Albert se para para coger de nuevo la diciente nota de Ts’ui Pen, Yu Tsun le dispara y asesina.

Según “El Jardín de los Senderos que se Bifurcan”, todo ocurre; absolutamente todo lo que puede ocurrir, ocurre, aunque nosotros estemos fatídicamente destinados a percibir solo una de las posibilidades que se derivan de un suceso: sólo una de las infinitas dimensiones temporales. Somos eternos, infinitos, pero no nos damos cuenta de ello. Yu Tsun alcanzó dos dimensiones, fue dos veces Yu Tsun: una vez recibió el papel y se interesó por él; la segunda, recibió la nota y no esperó para asesinar al desprevenido Stephen Albert. Para Borges el tiempo es una interminable bifurcación de posibilidades, las consecuencias de un evento son infinitas. Esta página puede cambiar el mundo, o terminar en una papelera; o tal vez puede cambiar el mundo en una papelera. Es más, todas se darán, y nuestra ceguera sólo descubrirá un destino. Ahora yo no estoy escribiendo esto y tampoco me doy cuenta. Vos no lo estas leyendo, y tampoco lo percibís.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Así que dejá sólo para las fotos esa risita de recién nacida!

Sos contradictorio.

En mi opinión el arte de escribir se diferencia de cualquier arte en que ofrece la posibilidad de dar de forma clara emociones, momentos, e ideas. Por eso para mi escribir exige coherencia, y vos con frecuencia te contradecís.

Como opinión personal sobre el texto, lo considero poco realista y muy incompleto, aunque como la mayoría de los que he leido, entretenido y diferente, bien por lo segundo, aunque por lo primero, pues yo pienso que la escritura es más que eso, de no ser así se convierte lo que haces, como dijiste al principio en otro sanitario del mundo.

Osea, la vida es dificil, y nada es gratis, la ciencia nos ha ofrecido las respuestas más claras hasta el momento, sobre el funcionamiento de la humanidad.

Desde esa óptica entender como una explotación lo que hace el dueño de los 400 taxis al taxista individual sin considerar como llegó el dueño ahi, por qué, que tiene que pagar él, por que hace lo que hace. Se convierte pues el texto, en pura palabrería emocional.

Jorge Caraballo Cordovez dijo...

Anónimo: Me gusta su comentario porque defiende con ganas lo que usted piensa, sin embargo, no estoy de acuerdo con varias de las cosas que ha dicho.
En primer lugar supongo que usted hizo este comentario al texto del taxi. Se me olvidó aclarar que lo que allí escribo sucedió en realidad y no es ficción, o sea que su opinión de 'poco realista' no es culpa de quien narra sino de esa misma realidad que a veces es tan inverosímil.
Segundo: usted diferencia el 'arte de escribir', de las demás expresiones artísticas porque 'da de forma clara emociones, momentos, e ideas'; pero esa no es una característica exclusiva de la literatura: también lo es de la pintura o de la música, por ejemplo.
También asegura que escribir exige coherencia y ¿cómo podría yo refutar eso?. Sin embargo su noción de coherencia, según lo que veo, implica que todos los textos de un autor se dirijan hacia un mismo punto -o surjan de un mismo punto- y que entre ellos no puedan existir diferencias. Esa, para mí, es una visión errada: para el que escribe, la contradicción es una posibilidad de explorar otras maneras de aprehender la realidad. Aunque es una discusión bastante espinosa y los argumentos de parte y parte pueden ser igualmente válidos, yo pienso que la coherencia debe ser indispensable -únicamente- en cada texto, o en cada libro, pero como unidad y no como obra.
Estoy completamente de acuerdo con usted cuando dice que si la escritura se reduce al entretenimiento no puede considerarse ni como un intento de arte. No lo discuto, y espero que lo que yo escribo no deje la impresión de ser un fruto del aburrimiento.
Por último, creo que percibir como una explotación lo que hace el dueño de los 400 taxis no es pura palabrería emocional: hay argumentos políticos y económicos, que hacen más que apropiada esa palabra: 'explotación'. Aún así, reconozco por su crítica que también debería investigar el otro lado de la historia para hacerla completa.
Muchas gracias por su comentario, anónimo, y espero que lo haya convencido por lo menos en lo de 'la contradicción'. Ojalá siga comentando con el mismo interés.