martes, 29 de abril de 2008
lunes, 28 de abril de 2008
Living in an Arrow
Yo memoricé uno de sus versos para después buscarlo en Google y descubrir el nombre de la canción. Las palabras que me aprendí decían así: I’m alive, I’m death, Im a stranger living in an arrow. O eso era lo que yo había entendido.
Living in an arrow… Apenas escuché esa frase se me salió el respectivo “Ufff” que se merecen las cosas que me causan admiración. La imagen de estar viviendo en una flecha me cayó como la mejor poesía que he escuchado en varios días –teniendo en cuenta que hace bastante no leo poesía con disciplina-.
Me imaginé una flecha atravesando el aire de un bosque; la punta, que gira tan rápido que parece quieta, refleja todo lo que se levanta a su alrededor, y en cierto punto reflejará el lugar donde se va a clavar. Nosotros, según la imagen de la canción que se me descubrió en Vinacure, habitamos en esa punta giratoria.
Esa oración me explotó de inmediato, sin embargo no le encontraba mucho sentido. Aún así seguía valiendo la pena repetirla y repetirla, imaginársela y pensarla un rato. A veces no sabemos por qué nos gusta algo, yo no puedo explicar por qué me gustó ese verso inconexo, pero me gustó y .
Al día siguiente, cuando busqué en Google los versos que me aprendí, no encontré ningún resultado. Entonces quité el “living in an arrow” y puse “im alive, im death, im a stranger”, y sí encontré algo. Google me corrigió y apareció el conocido “quiso decir”: I’m alive, I’m death, I’m the stranger, Killing an arab… Una canción de The Cure.
Killing an arab?????
Yo juraba que era “Living in an arrow”, y resulta que no era eso, que la poesía que disfrute durante esa noche era una mentira. Mis falencias en la comprensión del inglés se tradujeron en una creación involuntaria. Aunque pensándolo bien, yo no creé nada, no tengo méritos para decir “Hey vean lo que se me ocurrió. Es fantástico: un poema titulado “viviendo en una flecha””. No, no los tengo. Yo simplemente creí haber entendido eso.
Entonces surge la pregunta: ¿De quién fue la creación? La respuesta en este caso es evidente: de nadie. Ni mía, ni de The Cure, ni de los parlantes, ni de nada. Ese verso estaba ahí, en la lista de espera de los inéditos, aguardando a que alguien conjugara sus partes. Por error es posible crear, pero no puede atribuirse ese surgimiento a nadie. Es hijo del lenguaje, de nada más y –para que suene mejor-, de nada menos.
Ya me había pasado lo mismo antes, pero con imágenes más discretas. Ahora sé que si utilizo el “living in an arrow” tengo que dejar en claro que no es mío. Ni de nadie. Es que, en últimas, lo que se escribe no tiene autor, y así lo han propuesto varios escritores. Con el pasar de los años, de las décadas y los siglos, los autores terminan siendo una ficción entretenida pero innecesaria.
Los códices mayas, las piedras egipcias, los pergaminos semidestruidos y demás documentos históricos, pueden prescindir –sin que pierdan valor- de un nombre que los sustente. Lo escrito lo dice todo, incluso quién lo escribió. Obviamente hay que dejar correr el tiempo para darse cuenta de que lo que escribe un colombiano hoy, o un europeo, o un chino, o un humano cualquiera, corresponde a lo que tenía que ser escrito por todos ellos. Voluntaria o involuntariamente los escritores asumen ese papel de intérpretes y transmisores de un contexto específico. Pero lo que quiero dejar en claro es que para mí las creaciones de ésos escritores no son, en realidad, de esos escritores: son del lenguaje que tiene desde un principio las posibilidades de combinación determinadas y que sólo está esperando a que se agoten todas sus formas de expresión. Todo esto lo planteó Borges en su cuento “La Biblioteca de Babel”, y yo lo tarareo de nuevo por culpa de un episodio fortuito en el que un error me reveló un buen verso.
El Jardín de Senderos que se Bifurcan
Ahora sí, a hablar del cuento: La primera vez que lo leí, concentré mi atención en la teoría, en las frases que me revelaran la concepción del tiempo que el autor quiso compartir, pero pasé por alto la influencia del argumento o la trama del cuento en esa “teoría”. Durante la relectura estuve pendiente de la manera en que el escritor argentino aúna cuento y filosofía.
Borges inicia relatando un confuso hecho acontecido en la Primera Guerra Mundial, en primera persona; y el cuento lo termina narrando un oriental, espía al servicio de Alemania y preso en Inglaterra por un crimen que se gesta desde la primera página del texto. Parece una trama rebuscada para meterle cuestiones metafísicas y filosóficas, pero si algo le sobra a Borges es ingenio. En mi primera lectura del cuento subrayé casi toda una página que creí que sintetizaba todo lo que Borges quiso decir con él. Es en la que Albert le revela a Yu Tsun (el espía oriental que resulta ser familiar de Ts’ui Pen) las reflexiones sobre el tiempo que Ts’ui Pen (un excéntrico pensador oriental) había materializado en su obra “El Jardín de senderos que se bifurcan”. Es una página que por su contenido habría podido prescindir del resto del relato, tiene vida propia y autonomía semántica. Borges la pudo haber escrito como un texto aislado de cualquier tinte de ficción y no perdería ni un gramo de su valor estético y filosófico; sin embargo, Borges relaciona sutilmente esa propuesta de “infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos” con la historia que va fluyendo y rodeando la pagina mencionada. En realidad creo que esa página se extiende sobre todo el cuento imperceptiblemente, en algunas escenas más evidente que en otras. Por ejemplo encuentro esa relación en dos momentos casi idénticos que se repiten en el cuento pero con consecuencias radicalmente opuestas.
Durante la ya mencionada contextualización que le hace Albert a Yu Tsun, sobre los estudios que hizo de la caótica obra de su antepasado, el inglés se levanta para alcanzarle un papel revelador al espía, éste lo recibe y se interesa por él y por la atractiva exposición del anfitrión. La escena se repite unas páginas después, pero cuando Albert se para para coger de nuevo la diciente nota de Ts’ui Pen, Yu Tsun le dispara y asesina.
Según “El Jardín de los Senderos que se Bifurcan”, todo ocurre; absolutamente todo lo que puede ocurrir, ocurre, aunque nosotros estemos fatídicamente destinados a percibir solo una de las posibilidades que se derivan de un suceso: sólo una de las infinitas dimensiones temporales. Somos eternos, infinitos, pero no nos damos cuenta de ello. Yu Tsun alcanzó dos dimensiones, fue dos veces Yu Tsun: una vez recibió el papel y se interesó por él; la segunda, recibió la nota y no esperó para asesinar al desprevenido Stephen Albert. Para Borges el tiempo es una interminable bifurcación de posibilidades, las consecuencias de un evento son infinitas. Esta página puede cambiar el mundo, o terminar en una papelera; o tal vez puede cambiar el mundo en una papelera. Es más, todas se darán, y nuestra ceguera sólo descubrirá un destino. Ahora yo no estoy escribiendo esto y tampoco me doy cuenta. Vos no lo estas leyendo, y tampoco lo percibís.
El Capitalismo También Anda en Taxi
Este sábado durante una de esas silenciosas horas de la madrugada, y mientras regresaba a mi casa, fui confesor de otra víctima de las injusticias de este país. El taxista que me traía me dijo que hasta el momento la noche no había sido muy buena para él: todavía le faltaba dinero para liquidar, para llenar el tanque de la gasolina, y ganar lo que le iba a quedar a su bolsillo. Le pregunté cuánto tenía que entregar al dueño del taxi después de cada turno de trabajo, y me respondió que 67.000 pesos; además de eso tiene que entregar el taxi tanqueado. Yo no esperaba que soltara una cifra tan elevada, y cuando lo hizo se me escapó el sueño que había venido aumentando con el mismo ritmo del taxímetro. “67.000 pesos no son fáciles de conseguir –afirmaba él-, a duras penas me quedarán 20.000 para mí cada noche”.
Es insólito que una persona que trabaja más de 8 horas, entre la noche y la madrugada, se gane sólo un poco más del salario mínimo, si le va “bien”. Me irrita la imagen del sujeto al que este taxista le tiene que liquidar casi 70.000 pesos: en ese momento debía estar durmiendo en su casa o en su finca, o tal vez estaba derrochando en una rumba lo que mi fortuito conductor le producía. Por eso, y con un tono de complicidad en la indignación, le pregunté cómo eran capaces de pedirle tanto por cada jornada de trabajo; pero él –que de inmediato captó mi desconcierto- ignoró esa pregunta para darme un dato que me alarmaría aún más.
¿Sabe cuántos taxis tiene el tipo al que yo le liquido?, me contrapreguntó. Antes de ese cuestionamiento, yo imaginaba que el dueño del taxi era un hombre sencillo que había optado por invertir en un carro que le produjera, pero que eso no lo hacía un millonario. Con ingenuidad pensé que un taxi era mucho, y por eso, cuando me reveló el número de carros que tiene el propietario de ese vehículo sentí que me estaba molestando.
¿400 taxis! -exclamé asustando al silencio- ¿es en serio? Ahí sí se me hizo más indignante todo el asunto, más doloroso. ¡Cómo es que un individuo (¡uno!) puede tener 400 taxis recolectando dinero por toda la ciudad! Mi taxista del momento sonrió con tristeza: orgulloso por saber que me había aturdido con esa cifra tan escandalosa, pero consciente de lo explotado que estaba siendo. Yo me quedé un momentico en silencio, mientras los 400 taxis me golpeaban la concentración igual de rápido a una pelota de tenis de mesa cuando está a punto de dejar de rebotar. El estupor me impedía hacer cuentas, pero él las hizo por mí. “Mire, digamos que cada uno de nosotros (los taxistas empleados) le entrega 70.000 pesos; son 400 carros; siete por cuatro es 28; o sea que a este señor le entran mínimo 28 millones de pesos al día” Lo calculó rápido y sin titubeos, como si ya hubiera practicado miles de veces esa detestable multiplicación. Seguramente la hace con frecuencia cuando maneja y maneja y no consigue nada; cuando está desesperado en las malas noches, con ganas de chocar el carro y escupirle las chatarras al abusivo de su dueño. Pero no puede hacer eso, necesita el trabajo, y así su jefe sea un explotador que le cobra 67.000 pesos por dejarlo laborar, él prefiere sentarse a teclear los tres pedales del auto amarillo que echarse en un sofá de su casa a lamentarse por no conseguir un trabajo honroso.
Incluso es muy probable que no trabaje de mala gana, al fin y al cabo tiene la oportunidad de ganar su propio dinero, pero es que hay un problema de apariencias: a él no le están dando ninguna oportunidad. A él lo están utilizando para producir. No hay ninguna bondad por parte de su empleador. En su contrato no respira la intención de ofrecerle un trabajo donde pueda recibir lo que se merece, sino la obligación de recoger y entregar 67000 pesos, y únicamente después de haber cumplido con esa condición es que tiene la posibilidad -y algo de tiempo- para conseguirse lo que necesite para mantenerse estable. Es un contrato que revela con simpleza las diferencias de clase: hay un sujeto que cada día pesa 27 millones de pesos más; y hay 400 que sufren por conseguirse tan sólo 20.000. ¿Cómo se puede aceptar que una sola persona pueda aprovecharse tan groseramente del trabajo ajeno?
El taxista me decía que era consciente de la explotación y el abuso que lo hacían víctima, pero que la necesidad lo obligaba a trabajar. Ya faltaban tres cuadras para llegar a mi casa y yo apenas pude sacar una de esas frases comunes que evidencian cuándo una persona no tiene nada más para decir: “Pero bueno –comenté-, ojalá algún día ahorre lo necesario para comprarse su propio taxi.” Y él, que parecía decidido a no dejarme dormir con sus datos sorpresa, me dijo: “Hasta hace un mes tuve mi propio carro, pero las deudas y otros problemas me hicieron venderlo. Y adivine quién me compró el cupo que yo tenía: el señor para el que estoy trabajando ahora” Habiendo dicho esto frenó al frente de mi edificio, como si hubiera calculado las distancias para que la escena saliera perfecta. La conversación se rasgó abruptamente, y yo quedé con mil preguntas y exclamaciones nuevas tratando de pasar por mi lengua, pero ya era hora de pagar. Le di los billetes y me despedí.
Ahora que escribo esto él debe estar atravesando la soledad de alguna calle de Medellín. En las madrugadas del lunes no creo que le vaya muy bien, pero igual tiene que producir los 67.000. Por ahí andará abrigado y acompañado de la radio y un cigarrillo, buscando quién requiera de sus servicios, casi rogando para que ése o ésa que está parado junto a la calle sea el próximo cliente que le ayude a cumplir con las arduas exigencias de su contrato. Aunque él, entre alguno de los muchos comentarios que hizo con respecto a lo difícil de su trabajo, aseguró con una resignación lúgubre que “mientras no le pase nada al carro, ni a mí, todo está bien”.
Pero no. No todo está bien.
Se equivoca. Y él lo sabe.
jueves, 24 de abril de 2008
Así estaba yo sin ti...
Say No More...
(Al que le haya gustado la canción le advierto que esta es una versión recortada, la original dura casi dos minutos más; o sea que todavía tendrán más placer escuchando completo a Sabina y su poesía)
martes, 22 de abril de 2008
Tercer capítulo: La Ira
¿Es que no sabés que las cosas no son como vos las ves? Me irrita esa ingenuidad. ¿No te das cuenta de que el mundo es una mierda y que hay que trabajar cada segundo para recibir felicidad a cuenta gotas? La felicidad es una limosna que se dejó enredada en una maraña de sufrimiento y pesadez y nos toca meternos en ella hasta los huesos para poder sacar la sonrisa que vos tenés siempre. ¡Dejá de ser facilista y hacé las cosas bien, como todos! Aquí no se viene a sonreír todo el tiempo, también nos toca firmar otros sentimientos. Nos frustramos, nos jodemos, se nos muere alguien, no conseguimos lo que queremos, alguien nos trata de estafar, se nos pierde un billete, se nos olvida un aniversario, pisamos mierda de perro, nos gobierna un tirano, el bus avanza insoportablemente lento, en el metro se tiran un pedo, los mendigos nos piden de lo que estamos comiendo cuando tenemos hambre, la gasolina está impagable, el carro de atrás nos pita cuando el semáforo acaba de cambiar a verde, los de la casa del frente no te dejan dormir, los profesores no llegan a la clase de 6 a.m, el computador se nos infecta con mil virus, no encontramos las llaves cuando estamos atrasados, nos dicen que nos pagan mañana, el cajero no lee la tarjeta, los baños ajenos donde cagamos se taquean, las relaciones se terminan, nos dejan plantados en una cita, nos siguen llamando a gritos cuando ya hemos escuchado, los teléfonos públicos están engrasados, los amigos se enamoran de las ex novias, nos gustan las novias de los amigos, el DVD deja de funcionar en la mejor parte de la película, no podemos recordar los mejores sueños, ignoramos qué decirle a la persona que nos gusta, nos piden un tiempo, nos enredamos cuando queremos decir algo contundente, se nos caen los libros, no entendemos los libros, descubren nuestras mentiras, ignoramos que nos mienten, nos tropezamos en la mitad de las plazas, pierden nuestros equipos de fútbol, se descarga el celular a mitad del día, nos cagan las palomas, no funciona la alarma, se nos olvidan los nombres, nos despiertan, nos humillan, nos discriminan, nos ignoran, nos oprimen, nos callan, nos avergüenzan, nos obligan, nos confunden, nos culpan, nos incriminan, nos espantan, nos detodolomalo. ¡Así que dejá sólo para las fotos esa risita de recién nacida!
Si una mañana...
domingo, 20 de abril de 2008
Últimas Conversaciones con un Hombre Sancocho
Angustia
¿Será que alguien me entiende?
Es que he tratado de hacer como una fruta que arrancan a la fuerza del árbol, pero nadie se da cuenta.
Creo que es más fácil para ellos entender mis berridos que mis silencios.
sábado, 19 de abril de 2008
Atraco
Reflexión # 1
Respuesta: Amarla –o por lo menos hacerle creer que la aman- durante una extensión considerable de tiempo, y después, por el motivo más inverosímil, decirle que ya no hay nada, que de ahora en adelante el camino se vuelve muy estrecho para dos.
Cuando eso ocurre, cuando el camino se vuelve angosto e irreversiblemente unipersonal, le toca a uno de los dos caminantes arrojarse al vacío. Así, de improvisto, sin poseer mínimas medidas de seguridad. Generalmente el que se lanza es el que recibe la noticia, ese -o esa- al que le asestan alguna de las incontables frases que significan lo mismo pero que camuflan con mayor o menor éxito su dolorosa verdad: Hasta aquí somos.
Me corrijo: no es que se lance, lo tiran. En ocasiones el -o la- ex acompañante, invita al otro gentilmente al precipicio. Lo seduce con delicadeza hasta la orilla, y entonces con una mano en su espalda y otra señalándole el abismo (de la misma manera en la que caminan los sacerdotes cuando están aconsejando a alguien) pronuncia el mencionado “Hasta aquí somos” para darle el empujoncito preciso y encomendárselo a la oscura e impredecible gravedad.
Otras veces el independentista no procede con tanta elegancia y embiste, sin compasión alguna, al que considera ahora su parásito, dejándolo moribundo antes de que empiece a caer.
Así hemos estado muchos.
Coming Back To Life -Pink Floyd-
La Extranjera
Como una calavera en el museo
O un caimán tomando el sol.
Su cuerpo se ha hecho experto en digerir palabras
Su cuerpo
Es un parlante estropeado de la ciudad.
El silencio tiene el olor húmedo del olvido
Por eso en el andén
La condenan por indiferente y despreocupada
Apátrida, le gritan
¿Cómo puede haber silencio en nuestro país?
Cuando pasan las marchas de protesta a su lado
Gritan con desgarro para darle ejemplo
Para contagiarla -en vano-,
Y no dejar dudas de su amor por la patria.
Al otro día el dolor en la garganta no los deja hablar
Y ella les sonríe humilde
Como si los entendiera
Como si ya hubiera pasado por lo mismo.